En Aguascalientes… La verdad del saber y del sabor
Aguascalientes. Jueves 1 de Mayo de 2025. Quinta corrida de la Feria de San Marcos 2025, Plaza de toros Monumental casi tres cuartos de aforo, se lidiaron astados de Boquilla del Carmen desiguales en presentación, la gran mayoría, sosos, mansos y complicados, el sexto manejable y se le otorgó un arrastre lento exagerado. Hubo un séptimo de regalo de la ganadería de Tequisquiapan que fue bueno. Otro de regalo de Santa Inés soso y sin transmisión.
Emilio de Justo: División de opiniones en su lote; y dos orejas de regalo
Joselito Adame: Al tercio, división de opiniones; y oreja con protestas en el de regalo
Héctor Gutiérrez: Palmas y oreja
Detalles:
Al terminar el paseíllo se rindieron honores a la bandera, una vez más.
Saludó en el tercio el subalterno Jorge Delijorge tras dejar dos pares en lo alto.
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Ellos, los aficionados, acudieron atraídos por el canto de las sirenas como cada tarde con la esperanza de vibrar, hoy al fin escucharon los ecos de los olés rotundos, como un romper de olas, como un rayo en el tronco añejo, algo parecido a un reencuentro consigo mismo, cuando vuelves a tu esencia después de haber andado por el valle de las sombras, el errante volvió a casa y le esperaba la verdad del saber y del sabor.
Héctor Gutiérrez y Emilio de Justo dieron de beber a los sedientos y devolvieron el aliento a los que se creían muertos. Uno, es consciente de lo que posee su muleta, de lo que es y de lo que tiene; el otro dio a probar una cata de lo fino, un aroma a café puro.
La verdad del toreo mexicano está en la muleta de Héctor Gutiérrez, ni más, ni menos. El joven hidrocálido hizo que los ojos del Aguascalientes taurino se abrieran del hechizo provocado por la rueca de lo anodino. Él, sabedor de su capacidad, atravesó hoy el denso bosque y le dio a la afición el beso de lo real.
Siqueiros se llamó el sexto de la tarde, segundo del lote de Héctor Gutiérrez que cerraba una tarde pesarosas, larga y sin emociones, pero el de esta tierra estaba dispuesto a imponerse y cambiar los titulares. El astado tuvo una salida del toril de frente y pronto el torero se hizo de su atención con el capote en el que se revolvía pronto, lanceó por verónicas serenas y media soltando la punta del capote. Lo llevó a las varas donde recibió un feo puyazo trasero, el astado cumplió.
En el tercio de muleta Gutiérrez esperó al toro en el centro del ruedo, este asistió y se lo pasó con un cambiado por la espalda que provocó el miedo, uno más para pasárselo por bajo y cerrar el estrujante momento con un largo pase de pecho que hizo correr rápido la sangre por las venas.
Por abajo y por derecha metía bien la cara el de Boquilla del Carmen, el torero se gustaba corriéndole la mano despacio y siempre sereno, unas más por bajo y se le quedaba corto, pero Héctor resolvió y terminó por alto. Le daba su espacio y su tiempo, cambiándole los terrenos con toda la paz y la parsimonia en un soliloquio, llevándonos a la intimidad de su soledad frente al toro.
Naturales cruzándose, la muleta cuadrada tandas largas y firmes, elegantes remates por arriba todo en un breve espacio de arena, a pesar de que ya se le quedaba a medio viaje oliendo a peligro, Gutiérrez no se fue, era la muleta o su cuerpo obligándole a elegir la tela con verdadero mando.
Mientras tanto en los tendidos la afición y el visitante ocasional estaban al filo del cemento, mirando cómo lo pasaba por bajo, aguantando los parones, pasándoselo por la espalda y en redondo, fue entonces cuando se desprendió el olé rotundo, el olé desesperado, el olé tan bello, pero a veces tan dormido.
Otras tandas más por derecha profundas, provocando pieles erizadas y sonrisas francas, el pase de pecho y el desplante sin aspavientos, pero seguro de saberse y reafirmarse: Soy yo el de verdad.
Entre gritos de torero, torero terminó con joselillinas de riesgo, el remate haciendo sudar las palmas de las manos, el de trinchera y a buscar la espada. Se escuchó el grito de lamento por parte de la afición a ver pinchar en lo alto al torero, quien se volvió a tirar a matar dejando una estocada entera caidilla y trasera. Para él una oreja y para el toro un arrastre lento exagerado.
Goytia, fue nombrado el tercero de la tarde, primero del lote de Héctor Gutiérrez un astado justo pero armonioso y que tuvo una salida frontal, el torero lo quitó por verónicas, revolera y brionesa. En varas asistió, llegaron las chicuelinas mientras que los pitones le rozaban las pantorrillas. Con la roja inició por alto, de frente al astado, poco a poco sacando la muleta desde atrás y el desdén bello.
Por naturales el toro rebrincaba, pero Gutiérrez le bajó la mano haciendo sentir la expectativa, mudándole de zona, planteando cómo ponerse delante del peligro ya que había desarrollado. Por derecha y paso a paso le metió a su muleta firme, por alto diciéndose a sí mismo quién era el dueño de la escena, sin aspavientos, por encima de las condiciones del animal. Mató de entera caída y luego se muchos golpes de descabello le sonaron un aviso, se retiró entre palmas.
Emilio de Justo y su toreo tienen sabores y olores finos, por fin pudimos disfrutar y paladear del arte que desprenden sus muñecas. Claridoso fue el regalo proveniente de Tequisquiapan de justa presencia, a este le veroniqueó manos bajas, soltando la punta del capote para rematar motivando los olés de sentimiento. El astado metía bien la cabeza por el lado derecho y De Justo lo aprovechó para llevarlo a los caballos con chicuelinas andantes y revolera, ya en la jurisdicción del piquero recibió poca vara y empujó arriba.
Luego las chicuelinas a manos bajas y las tafalleras, rematando con media verónica de fragancias. Con la muleta inició con rodillas en tierra por el lado derecho y de pie por abajo en torero, De Justo quería mostrarse tal cual es en Aguascalientes, muletazos tersos por derecha bajándole la mano, lento y sofisticado, el pase de pecho y los recortes por abajo, pausado, sin prisas. Tandas por derecha de temple, los cambios de muleta por delante y remate por arriba, sereno.
Naturales que iniciaban en el amanecer y morían en el ocaso, serios, largos y parsimoniosos dejando en la arena el ayudado. Por la diestra el astado iba una y otra vez, atento, pero ya al final del trasteo levantaba la cabeza, el torero terminó con pases por alto y desdén torerísimo que hizo que la plaza entera saboreara del aroma de un café intenso, elegante y caro.
Se tiró a matar y dejó una estocada entera, trasera y caidilla para que el juez le otorgara las dos orejas y para el astado el arrastre lento.
Con los dos de su lote De Justo fue despedido con una marcada división de opiniones y es que los de Boquilla del Carmen en su mansedumbre no le dieron opciones. Con su primero por encima de las condiciones y con el segundo por más que el español quiso imponerse no había por dónde y abrevió. En ambos la espada no estuvo fina y le tocó saborear la miel y la hiel.
Joselito Adame se enfrentó con su dura realidad, se asomó al espejo y vio en su rostro cómo el no se impone al sí. Y es que fue una tarde en la que se le presentaron pruebas duras a las cuales no consiguió imponerse el todo. Ruelas fue su primero un bonito cárdeno claro que de principio fue atento a las capas, empujó en varas. De muleta se le arrancó de largo alzando los pitones al cielo, el toreo lo sacó de las tablas a los medios, el astado quería tela, le buscaba por derecha sin acomodarse.
Por naturales asistía a media altura, pero sin encontrar la muleta firme, el astado no era fácil pero tampoco hubo un planteamiento poderoso que lo hiciera doblegarse. El derecho se convirtió en el lado peligroso, pendiente del torero y por izquierda algunos intentos, pero los pitos empezaron a sonar, se fue por la espada y la dejó entera y tendida, para él las palmas, para el toro los pitos. Algunos en el tendido comenzaron a pedir la salida al tercio y no se diga más, rápidamente el torero saludó en el tercio.
La historia con su segundo fue el viacrucis de José, desde que saltó a la arena la gente lo pitó fuerte por su falta de trapío, el juez desestimó las airadas peticiones de regresarlo a los corrales. Fue picado entre abucheos y apenas le entró la vara en las carnes. Luego las chicuelinas ante un poco más de movilidad que sus hermanos, Joselito perdió el capote y el acto sirvió para que las protestas siguieran sonando. De muleta el astado se arrancó de largo y cuando el torero le quiso bajar la mano y éste dobló, más descontento en el tendido. Por izquierda tomó la muleta por la esquina del estaquillador mandando la embestida hacia afuera, la gente no le perdonó y siguió pitándole, la situación se le puso fea a José, tan fea como su propia estatua a las afueras de la Monumental.
Más pases y pases sin alma, despedidos allá donde se encuentra el olvido, José y sus ademanes de impotencia, un público distraído y él enfrentándose cara a cara con el oropel que fácil se desprende cuando no es real. Mató de entera ligeramente caída y la división de opiniones, en cuanto el astado dobló, sonó la famosa Pelea de Gallos y hasta eso abuchearon, cansada la afición de que le la figura sea de barro.
No contento con el resultado de su lote Joselito regaló uno de Santa Inés, Empleador de nombre que salió muy suelto sin atender a las capas. En el centro del ruedo el torero lo metió a la vereda de su tela con verónicas con estilo. En varas apenas si le señalaron el puyazo. Tardo en la embestida hasta que José le aventó la montera y consiguió una zapopina, pero de inmediato dobló las patas delanteras. Una vez más quiso atraerlo de la misma manera, pero esta vez no fue y la gente le pitó.
Compartió el segundo tercio con los subalternos, pero el momento no brilló. Con la muleta asida a la diestra se lo pasó con pases por alto pegado a tablas, luego lo guío al centro del redondel donde ahora sí se acomodó por derecha, muleta cuadrada y remate de pecho. Por naturales el astado repetía, José sereno, mostrando su sí, pero porqué tener que verse en el aprieto de que ya se le habían ido por delante para sacar lo que sí puede, pero no siempre muestra.
Prosiguió por el izquierdo, pero ya el astado levantaba la cara y se quedaba parado, las emociones no llegaron a rayar en lo que la gente ya había vivido con sus alternantes. Unas más por ese lado, en un mismo espacio, sin llegar a calar del todo en el tendido. Sonó la pelea de gallos, se puso rodillas en tierra para un molinete, ya de pie algunos en redondo rematando por bajo con la pierna flexionada. Mató de medio espadazo caído, pero lo vendió con desplantes en la cara del toro, muy innecesarios. Al final se le otorgó una oreja, que supo a poco.
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