Crónicas

En Aguascalientes…El sepia y el color

Corrida del Cincuenta Aniversario de la Plaza de toros Monumental, tres cuartos de aforo. Se lidiaron seis astados de Teófilo Gómez, justos de presentación, mansos y sin trasmisión la mayoría pitados. Destacó solamente el sexto de la tarde que fue bueno y recibió palmas en el arrastre. Hubo un regalo de la ganadería La Asunción, justo de presencia, manejable.

Enrique Ponce: Al tercio y ovación

Joselito Adame: Oreja, silencio y oreja en el de regalo

Héctor Gutiérrez: Silencio y dos orejas.

Detalles:

Al inicio del festejo se entonó el Himno Nacional Mexicano y posteriormente se hizo un homenaje a Fermín Espinosa Armillita por el cincuenta aniversario de su alternativa precisamente el día de la inauguración de esta plaza.

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Los cuentos, las historietas, los dibujos coloridos son algo que al ser humano le fascina, creer por un momento que la vida es distinta, que existen otros mundos en los que todo es posible. Recuerdo que, en la infancia, cada cierto tiempo pasaba por mi calle un hombre al que mi hermano y yo llamábamos El Narrador, aquel personaje empujaba una especie de carro de madera en el que llevaba dulces, juguetes y la máxima atracción era un visor de imágenes, cada diapositiva te mostraba un cuadro distinto que te transportaba a lugares mágicos, personajes ficticios, paisajes y flores, gatos y elefantes, héroes y doncellas que hacían la delicia de los niños que se amontonaban a su alrededor, aquel hombre y su antiguo visor nos enseñaron a creer que a pesar del sepia en que vivíamos, también había tiempos de color.

Y es que lo vivido hoy en la Monumental me hizo traer ese lejano recuerdo, ya que las diapositivas vividas también nos trajeron el sepia y el color. Gran parte del festejo nos abrumó una nube ocre llena de mentiras, de toros chicos y débiles, faenas sin el estruje del alma, las llamadas figuras impusieron sus deseos y resultaron asfixiados por el polvo marrón de su soberbia.

Afortunadamente llegó un joven, Héctor Gutiérrez, quien despejó la bruma y nos narró otra historia con su muleta y su decisión, nos mostró que se puede aún tener esperanza, porque es más que un simple cuento, él es real. Por un momento nos pusimos los visores y volvimos a creer, volvimos ser niños con la mirada de color.

Volar bajo fue el sexto de la tarde, el único que tuvo mejores cualidades de todo el encierro, un poco mejor presentado que sus hermanos, con mayor movilidad y brío. Héctor Gutiérrez lo recibió con verónicas y revolera mientras que la afición en el tendido elevaba las plegarias para que se rompiera el hechizo de una tarde se sopor. Muy breve el puyazo, en el que en primera instancia huyó, pero el astado regresó a la pelea con el caballo, aunque ya sin la vara en sus carnes. Gutiérrez se fue al centro del redondel, el astado se arrancó de largo y el torero se lo pasó por tafalleras y gaoneras ceñidas que terminaron por difuminar lo triste.

Con muleta en mano y en los medios, apenas citó al toro y este respondió asistiendo a su tela, Gutiérrez se lo pasó con cambiado por la espalda de escalofrío, luego rodillas en tierra con firmeza, rematando por alto y saliendo del encuentro sereno y sin aspavientos, con aires que murmuraban:

¡Aquí voy a mandar yo!

Volar bajo siguió fijo en su muleta, atento y pronto a los toques, Gutiérrez prosiguió con tanda por derecha, estético, elegante y vaciando por alto. Más por la diestra, pensante, relajado, cambio de muleta torero y al intentar rematar el astado le pisó la tela, pero no impidió que la afición siguiera metida en su quehacer. Luego el astado se fue a tablas y hasta allá fue para pasárselo por naturales, a media altura y el desdén torero. Lo sacó de ese sitio y llegó la tanda más sentida de la tarde, por derecha y por bajo, con las zapatillas ancladas en la arena, se quedó ahí en la línea del miedo, sacándole pases en redondo, entre el mando, la serenidad y el poder. Le dejó la muleta en la cara para hacerlo pasar en una dosantina delirante, el cambio por delante con torería. Luego vino un susto al levantarle los pitones, sin llegar a más. Al final preparó la suerte, dejó estocada entera y caída pero lo hecho, hecho estaba. Las dos orejas a sus manos que paseó ante sus paisanos, regresándoles las sonrisas perdidas.

Hocico Rojo se llamó el tercero de la tarde, segundo del lote de Héctor Gutiérrez, un toro justo de presencia que recibió breve vara, como todo el encierro. El torero de Aguascalientes tuvo que pechar con la debilidad. Por izquierda, algunos detalles estéticos, intentando bajarle la mano, pero no había manera de conectar, apenas le forzaba un poco y a echarse en la arena en patética escena, las asistencias intentaban reincorporarle, pero eso parecía imposible.

¡Qué triste!

Un toro bravo lo que menos tiene que provocar en el tendido es lástima, una imagen nada digna del aniversario de la Monumental del medio siglo. Gutiérrez prefirió ir por la espada dejándola en las carnes para retirarse en silencio.

El que vive en su fantasía es Joselito Adame, a quien por cierto apenas hace unos días le develaron una escultura en las afueras de la Monumental, hecho cuestionado por muchos, aplaudido por otros.

¿Merecido?

Usted tiene la respuesta.

Lo cierto es que hoy en una tarde vital, en el aniversario de la plaza de su tierra, Adame no fue contundente, se quedó en la orilla y a pesar de que salió en hombros, en sus adentros sabe que el triunfo tuvo nombre y apellido y no fueron los suyos.

Espantalunas se llamó el segundo de la tarde, primer compromiso de José Adame, un toro justo de presencia que no atendió a las capas en su salida. Lo saludó con tres largas cambiadas de rodillas y ya de pie chicuelinas y revolera. Salieron los de a caballo y apenas señalaron un micro puyazo del que salió doblándose. Con la muleta Adame se lo pasó en tanda por derecha sin lograr acoplarse, por naturales tandas queriéndole mandar a un lugar muy, muy lejano. La debilidad ganó la partida y por más intentos y pases no logró conectar con la gente que no coreó nunca ese olé rotundo. Mató de estocada entera y caída para que el juez otorgara una oreja de poco calado.

Su segundo, quinto de la tarde fueron minutos perdidos en el tiempo, un astado tardo, sin trasmisión con el que Adame anduvo entre trapazos, traspiés y desarmes, mató de pinchazo y se escucharon pitos para el astado. El torero se retiró en el silencio.

No conforme con su lote Adame decidió regalar un astado que llevó por nombre Cincuentón, mismo que se anunció en el cartel como proveniente de la ganadería La Asunción, y dicen los que saben que es propiedad del mismo torero.

El astado fue justito de presencia, pero con movilidad, peleó a los caballos y metía bien la cabeza en las tafalleras, las chicuelinas. Adame dispuesto a triunfar decidió poner banderillas, recordando su etapa como niño torero, las ejecutó de buena manera y la gente le correspondió con las palmas.

El tercio final lo inició rodillas en tierra, junto a tablas pasando complicaciones. De pie algunas tandas por derecha rematando por alto, pero sin la total comunicación con el tendido, esta vez ni las notas de la pelea de gallos pudieron ayudarle, topándose con la realidad. Terminó con desplantes sin redondear la labor. Mató de estocada entera, trasera y caída. Y como no era concebible que el recién homenajeado se fuera con las manos vacías, el juez de plaza César Pastor le obsequió una oreja que le permitió acompañar a Gutiérrez en la salida en hombros.

Y quien vino y se fue, así sin pena ni gloria fue el español Enrique Ponce, en su despedida de Aguascalientes, en la cual solamente toreó en cuatro ocasiones, así que digamos tuvo un romance con la afición pues la verdad es que no. Nadie le quita su trayectoria, sus logros y su historial, pero esta tarde simplemente fue de mero trámite.

El primero de la tarde se llamó Amor Eterno, un toro justo de presencia que saltó a la arena sin rematar en los burladeros. Ponce lo recibió con verónicas y desde ese momento mostró su debilidad. Luego la breve vara y otra vez a la arena ante las protestas. De muleta inició por alto con la diestra, una tanda lenta despidiendo con muletazo de pecho. Por izquierda otras más con mayor eco en el tendido, pero cuando parecía iba a crecer se desmoronaba ante la debilidad y la mansedumbre. Cerró con las conocidas poncinas algunos olés y ya. Estocada entera muy caída, pitos para el astado y para el torero una salida al tercio.

El cuarto de la tarde se llamó Pájaros de Barro, segundo del lote de Enrique Ponce, un torillo indigno de esta plaza, el más chico del encierro. Otro leve puyazo que tristemente se está haciendo costumbre. De muleta otro tiempo perdido, apenas algunas tandas por derecha y a rodar por la arena. Logró ponerlo en pie y prosiguió con tandas cortas y a media altura, pero esa historieta no gustó. Muchos pases, poca narrativa, solo por cumplir. Varios pinchazos y entera muy caída. Pitos para el astado y la gente lo ovacionó en los medios como despedida.