Lo comenta Miguel Ángel Yáñez… De la emoción al desencanto
En tan solo 24 horas hemos pasado en Las Ventas, de la cara a la cruz, de la emoción al desencanto; pues cuando hay toros, aunque sean mansos, y toreros valientes que les sepan dar la lidia apropiada hay emoción y espectáculo; es lo que hace y da sentido a la tauromaquia y al toreo.
Eso es lo que vivimos ayer en Las Ventas pese a la mansedumbre de dos de los ejemplares de Victoriano del Río que se lidiaban este viernes, concretamente los que salieron en cuarto y quinto lugar y que les tocaron en suerte a Sebastián Castella y Paco Ureña, respectivamente.
Dos mansos con genio, mala muy mala casta, con genio, peligro y violencia; tal y como les contábamos en la crónica del día de ayer. Pero como también se apuntaba, contribuyeron a presenciar, vivir y disfrutar una emocionante de toros.
Una tarde en la que les plantaron cara unos toreros atrevidos, profesionales, artistas y con un gran conocimiento de su oficio quienes hicieron todo lo que se debe hacer a toros de estas características y malas intenciones. Y ahí estaban Sebastián Castella con su peón José Chacón y Paco Ureña.
El cuarto de la tarde, segundo de Castella, dio un mitin en varas que pese a que pasó por el caballo en cinco ocasiones, prácticamente no recibió ni una vara, pues cada vez que sentía la puya salía despavorido y suelto. Ahí es donde entra en tarea José Chacón, pues con su brega exacta, justa y apropiada durante el tercio de banderillas; le enseñó como un buen torero hace, a centrar y embestir al toro.
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De ahí que ya en el tercio de muleta Castella, también con valor, oficio y torería supo y pudo embarcar al toro en la muleta, no exento también de ciertos sobresaltos, pero que le dieron emoción y todo el aforo en vilo con la faena, pero disfrutando de la verdad del toreo.
Finalizó con dos pinchazos y estocada y el aficionado entusiasmado con lo visto y vivido le obligó a dar la vuelta al ruedo, pero de haber estado algo más acertado con los aceros seguro que incluso habría sido premiado con una oreja.
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Pero esta era la primera parte de otra que también fue incluso más aún emocionante y arriesgada, la que se vivió en el quinto de la tarde, segundo de Paco Ureña. Un toro que no entró ni una sola vez al caballo, suelto, desentendido, manso de solemnidad; por lo que el presidente sacó el pañuelo rojo que le condenaba a banderillas negras.
Llegó el momento de la muleta y Ureña una vez más en su carrera fue un auténtico gladiador inquebrantable en su valor, decisión, oficio y torería; rozando o mejor, alcanzando la heroicidad ante una auténtica prenda con la divisa de Toros de Cortés, que hizo que se viviera el momento más intenso de la corrida; la que el de Lorca con su arrojo ya conocido, le plantó cara y a punto estuvo el manso de partírsela, como por fortuna no ocurrió aunque sí le reventó el chaleco en su primer encuentro e intentona con la espada.
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Al final, dio cuenta del mismo con un pinchazo, una estocada delantera y seis descabellos; que había que tener muchos y bien puestos los bemoles, para ponerse delante y ejecutarlos. Ureña saludó desde los medios y fue obligado a dar una más que merecida al ruedo.
Esta era la emocionante tarde del viernes, la que todo gran aficionado disfruta también, pese a que no haya habido profusión de orejas e incluso salida o salidas por la Puerta Grande. Sin embargo, sí hay la materia prima de la tauromaquia como es el toro, pese a su mansedumbre y genio, y toreros que les sepan parar, templar y sobre todo mandar y someterles con torería.
Eso era el viernes y sin embargo el sábado, nada de nada con la corrida de la ganadería salmantina de El Pilar, totalmente anodina, nobles, pero faltos de raza y fuerzas; con los que nada pudieron hacer los toreros y se cumplía aquello de tarde de expectación, tarde de decepción y desencanto por parte de todos; pese a que al término de la corrida hablamos con el ganadero y nos sorprende con su opinión, que dice que a él le ha gustado la corrida y de la que se siente satisfecho ¿?. Ya se sabe aquello de que…para gustos los colores.
¡De la emoción, al desencanto!
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