Opinion

Lo comenta Antonio Lorca… Cuándo tomará Enrique Ponce la inteligente decisión de dejar paso en el toreo

No son pocos los aficionados que en algún momento de esta atípica temporada se han hecho la siguiente pregunta:

– ¿Cuándo tomará Enrique Ponce la inteligente decisión de dejar paso en el toreo?

Pero esta no es más que el eufemismo de otra más directa:

– ¿Cuándo adoptará la inteligente decisión de anunciar su retirada de los ruedos?

También es cierto que más de uno se llevará las manos a la cabeza ante una interpelación supuestamente herética, disparatada e insultante.

Pudiera resultar una incomprensible osadía, lanzar, así, de sopetón, una cuestión tan espinosa a un figurón del toreo, reconocido catedrático en tauromaquia, un torero que ha alcanzado todos los récords y goza del máximo prestigio logrado con su esfuerzo tarde tras tarde.

Errará quien piense que este es el ataque irreverente de un antiponcista declarado. No es así. Las páginas de este periódico son fieles testigos del justo reconocimiento a los numerosos méritos que adornan a Enrique Ponce como torero y persona.

Pero llegado es el momento de que alguien diga lo que muchos piensan y callan por educación o recato: Enrique Ponce debe dar un paso al frente y marcharse a su casa.

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Dicho así suena muy fuerte; sobre todo, porque se trata de un torero muy querido, con una legión de partidarios, y goza de tan buena prensa que son muchos los periodistas, incluso los no lisonjeros, que hace tiempo que no encuentran ditirambos para referirse al maestro de Chivas.

Es, además, un personaje popular que se ha fraguado una imagen, sin duda, real, de hombre bueno, simpático, elegante, discreto, respetuoso, sencillo, católico… amante del fútbol, el golf, la caza y aprendiz de cantante en sus ratos libres.

Enrique Ponce es, por encima de todo, una figura histórica del toreo que ha protagonizado gestas inolvidables en las ferias más importantes del mundo.

Pero su época ya ha terminado; finalizó hace varias temporadas, a pesar de ese extraño y misterioso afán por torear hasta en los pueblos más lejanos de América sin motivo aparente.

Tanto es así que a todos los aficionados llegaron rumores diversos sobre los motivos que llevaban a Ponce a vestirse de luces hasta en las plazas de tercera más ignotas; y no eran entonces habladurías amorosas, sino otras relacionadas con supuestas inversiones fallidas, según unos, y una demostración más de la desmedida afición del torero, en opinión de los más allegados.

Y lo de este año llama profundamente la atención: líder del escalafón con 16 corridas, ha estado presente en todas las sopas, y él mismo ha declarado en distintas ocasiones que lo hacía “para tirar del carro”. ¿Qué carro? ¿No había más toreros dispuestos a torear?

Esta temporada Ponce ha confirmado lo que ya se le atisbaba hace algún tiempo: que los años no pasan en balde, que el tarro de las esencias está vacío, que ya está dicho todo, que el discurso se ha acabado, que habla delante del toro y no dice nada de interés.

Dicho en castellano: ha demostrado que es un torero amortizado, que ya no aporta como antes, que torea más despegado y ventajista que nunca, y que el toro con el que de verdad luce hoy es el moribundo, el que le permite administrarle la extremaunción en medio de la algarabía de un público festivo y jaranero.

¿Acaso no tiene Ponce libertad para torear hasta que lo desee?

Claro que sí, faltaría más, pero si es inteligente, que debe serlo en grado sumo, sabrá mejor que nadie que su tiempo es pasado, y que no debe frenar las oportunidades de otros. Tirar del carro es promocionar nuevos valores, facilitar el camino a los toreros que valen y no encuentran cita en los despachos, poner su prestigio al servicio de la renovación de la tauromaquia, y aprovechar su tirón mediático para defender la fiesta con argumentos consistentes.

Al final, nadie sabe de verdad por qué ese empeño personal de Ponce de seguir en los ruedos contra viento y marea. Y, quizá, la razón sea lo de menos; lo más importante es que su empecinamiento no le está aportando nuevos méritos a una carrera intachable.

Es verdad, además, que su tauromaquia se ha devaluado; de la épica ha pasado a la búsqueda de la estética, y de esta a una suerte de baile gazmoño que dice muy poco de la imagen de una auténtica figura del toreo.

Hace años que dice soñar el toreo, y nadie más que el torero conoce el misterio de sus palabras. Ojalá no se haga realidad en él la famosa frase de Jardiel Poncela: “En la vida, pocos sueños se cumplen; la mayoría se roncan”. Sería injusto y malévolo afirmar que el toreo soñado de Enrique Ponce ha permitido roncar a más de uno.

Llegar a la cima no debe ser fácil; permanecer en ella, una gesta casi imposible, y saber bajar antes de que los vientos te empujen al vacío, una muestra de suprema inteligencia.

Dicen que ahora quiere publicar un disco con la colaboración de Julio Iglesias, y parece que se siente a gusto como protagonista de las noticias de la crónica social. Cuidado, porque de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.

Pero allá cada cual con sus decisiones.

Dicho queda: desde la profunda admiración y el respeto, aunque muchos no lo crean así, lo mejor que Ponce puede hacer es dejar paso a las nuevas generaciones, saludar al respetable, marcharse a su casa, disfrutar de lo alcanzado y aceptar todos los homenajes que con su esfuerzo se ha ganado en la plaza.

Ese es el sino de una gran figura; todo lo demás es un craso error; es luchar y perder la batalla contra el tiempo y sus circunstancias; contra molinos de viento que, al final, te expulsarán a trompicones de la cima.

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  • Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País

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