El comentario de Paco Cañamero… Recordando a don Pablo Lozano y a Tinín
Seguimos despidiendo gente afín, con la que has compartido momentos en los pasos de la vida. Estos días se nos han ido don Pablo Lozano y el torero José Manuel Inchausti Tinín, dos personajes del toro que a nadie dejaron indiferentes.
Recuerdo en mis tiempos de chaval ver a don Pablo Lozano (a los taurinos triunfadores siempre se les llamó de don) en sus viajes por el Campo Charro, Siempre paraba en el desaparecido restaurante El Cruce, de La Fuente de San Esteban, un lugar donde también le dejaban encargos y quedaba con ganaderos y gentes del toro. Eran muy frecuentes sus viajes para reseñar las corridas, para embarcar o cualquier otra función de la cometido.
Don Pablo, quien en sus tiempos de matador fue bautizado La Muleta de Castilla, con su enorme estampa, calvicie oculta por una gorra de visera y seriedad en el rostro bajaba de su vehículo, casi siempre un Mercedes –que era sello de distinción entre los taurinos- nada más entrar por la puerta del Cruce iba como una exhalación al teléfono (cuando a las llamadas se las denominaba conferencias) para llamar a sus hermanos y estar al tanto de todo lo que ocurría en sus competencias.
Siempre al teléfono donde estaba un buen rato; porque antes de llegar lo móviles, los taurinos en cuanto llegaban a algún establecimiento salían corriendo en busca del teléfono. Después al acabar pinchaba algo, casi siempre en la barra, donde era saludado por colegas que coincidían y rápidamente regresaba para Madrid.
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Eran tiempos del esplendor de Atanasio Fernández, de los Galache, de los Cobaleda, de Raboso, de Sepúlveda, del Sierro, de Sánchez-Arjona, de Antonio Pérez, de Juan Mari, de Garzón, de Alipio…, años de oro del toro charro con ganaderías que estaban siempre en la agenda de don Pablo y de las que conocía todas las reatas, los mejores sementales y hasta, si se terciaba, las encinas de cada finca.
De ahí que pronto se hubiese alcanzado fama como uno de los mejores hombres de campo. Siempre dentro del trío formado por estos taurinos de la toledana villa de Alameda de La Sagra, donde José Luis –que afeitaba un huevo en el aire- era el relaciones públicas y Eduardo el de los números.
Tiempo más tarde, en otoño de 1989, siendo uno primerizo en las labores periodísticas, los Lozano llegan al trono de Las Ventas como empresarios de esa plaza para suceder a Manolo Chopera en un nuevo giro para la Fiesta.
Y exactamente el día después de la concesión, en épocas que aún faltaban años para la llegada de la telefonía móvil e Internet, encontré a don Pablo Lozano, como casi siempre, en el restaurante El Cruce, donde comía con Íñigo Sepúlveda.
Esta vez se encontraba en el comedor, lejos de la habitual barra y esperé hasta que acabasen para abordarlo y solicitar una entrevista. Entonces uno tenía mucha hambre de periodismo y todas las horas del día estaban al servicio de la profesión.
Tras saludar a don Pablo, a quien dí la enhorabuena por lograr el sueño de alcanzar el trono venteño y a Íñigo, en esos días máxima figura de los ganaderos, don Pablo aceptó encantado y me invitó a sentarme con ellos en la mesa donde contó pretendían que fuera su gestión y la enorme ilusión con la que habían desembarcado en Las Ventas, como guinda de una larga y trabajada trayectoria al frente de todos los palos del toreo.
La entrevista se publicó dos días más tarde a doble página en el desaparecido diario El Adelanto y fue uno de los mis primeros éxitos en esta profesión. Y en ese mundo taurino al que entregué los mejores años de mi vida.
A partir de entonces siempre hubo magnífico trato con don Pablo Lozano, quien fue una referencia en conocer el toro bravo y en saber dónde se debía tocar la tecla de un torero para dar lo mejor de sí.
Apenas dos días después fallecía José Manuel Inchausti, el célebre Tinín, personaje novelesco y que pasó por la vida sin dejar a nadie indiferente. Tinín fue otro fijo en el Campo Charro, incluso en los últimos años residía en Salamanca dada su vinculación a la familia Matilla.
A Tinín lo conocí en los primeros meses de 1985 al anunciar su reaparición e instalarse en la Fonda Ortega, de La Fuente de San Esteban. Allí pasó varios meses y Tinín, como ocurrió en todas las facetas de su vida, a nadie dejó indiferente.
Aunque cierto que poco quedaba de aquel torero que triunfó con tanta fuerza en sus irrupción taurina dos décadas antes. La reaparición fue en Madrid, donde Manolo Chopera lo acarteló en una corrida de Santiago Domecq, divisa de garantías, alternando con el joven Pepín Jiménez, que ya encandilaba a Madrid con su arte y el zaragozano Enrique González El Bayas, que había triunfado con fuerza la anterior Feria del Pilar en una televisada.
Como Tinín que siempre tuvo tanto desparpajo se había hecho amiguete, junto a varios amigos fuimos aquel domingo a Las Ventas, cuando los viajes a Madrid, por ñla carretera nacional, nada tenían que ver con los actuales.
Ni tampoco aquellas corridas de la temporada madrileña que eran cita de los mejores aficionados y que fueron el puente de salvación para tantos toreros, que en ellas encontraron el camino de las ferias –Paco Ojeda, Ortega Cano, José Luis Palomar…-. Tinín, que estaba tieso –como decía- pretendía recuperar glorias y dinero en el toreo, aquella tarde fracasó y su sombra pasó por Las Ventas lejos del torero que había abrazado la gloria.
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Chopera, no obstante, le volvió a dar otra oportunidad en julio y otra vez ofreció la peor de las caras. Desde entonces, Tinín desapareció largo tiempo y casi nadie tenía noticias suyas. Decían que acaba por México y otros que había vuelto a su época de manager de artistas –antes había sido de Serrat y de Camilo Sesto-.
Más tarde y siempre por sorpresa –porque toda su vida fue una sorpresa- volvió a verse por el Campo Charro, ahora en la faceta de veedor. Y Tinín era como siempre, con su risa contagiosa (cuando se juntaba con Habacuc Cobaleda y ambos reían era un espectáculo), con sus abrazos si se encontraba con algún torero amigo –El Viti, Robles, Pallarés, Flores Blázquez, Juan José…- o su forma de ser tan espontánea. Siempre con su fama de mujeriego y de vividor que había recorrido medio mundo. Por eso Tinín también tenía mucho de trovador.
Vaya el recuerdo a estos dos personajes, ahora que en el ecuador del otoño nos han dejado.
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