El comentario de Paco Cañamero… Emilio de Justo, Figura del Toreo
El Martes Mayor, la ciudad de Plasencia, capital de la alta Extremadura, había perdido el color de esta fecha tan esperada en su calendario. Del día que su comercio echa la casa por la ventana y sus calles se abarrotan. Ahora, con el Covid, todo era distinto y la soledad se adueñaba de sus calles.
Únicamente las terrazas de la Plaza Mayor mantenían su habitual buen ambiente con aficionados que esperaban la hora del festejo. Porque la tarde, con cerca de cuarenta grados no invitaba a paseos.
Volvimos a Plasencia con la emoción de siempre. Porque aquella tierra se abraza a inolvidable recuerdos de la juventud y primeros años dedicados a la crítica taurina.
En su coqueto coso de Las Golondrinas, que atesora tanta torería, disfrutamos actuaciones pletóricas de Julio Robles, cuando los caminos de nuestra afición tenían el destino los festejos que acartelaban al inolvidable torero.
Y sobre esas arenas, Robles ofreció algunas de sus mejores faenas. Allí también empezamos a disfrutar con el arte y exquisitez de Juan Mora, quien acabaría en el pedestal de la admiración y en torero de culto a quien guardamos reverencia y devoción. Entonces, Plasencia tenía una feria de postín, con cuatro o cinco cartelazos de figuras que eran un imán económico para la hostelería y el comercio local.
Después se fue dejando de lado y aquellas ferias y fiestas, taurinamente, casi desaparecieron durante una larga travesía por el desierto de la nada con carteles escasos de contenido.
A las 21 horas de este 4 de Agosto, estaba anunciada la corrida y, de momento, fue una emoción volver a encontrar, tanto tiempo después, un magnífico ambiente en los alrededores con numerosos aficionados llegados desde Madrid, Salamanca, Sevilla, Toledo, Ávila… que no quisieron perderse la corrida en directo.
Porque esa noche del Martes Mayor, Plasencia volvía a recuperar la grandeza de su mejor época, aunque también es cierto que, en ese cartel, echamos de menos al maestro Juan Mora, que hubiera sido un perfecto engranaje para esta noche tan taurina.
Con todo en marcha dio inicio un festejo donde enseguida comenzó a marcar diferencias el extremeño Emilio de Justo. El torero de Torrejoncillo, uno de los damnificados por este cruel virus que ha frenado la temporada (y a la par los traidores de Podemos han metido la tijera para lastrar más) hizo la noche suya desde el principio al final.
Mientras, Enrique Ponce, que por las circunstancias que lo rodean, inicialmente, era el protagonista, volvió a ofrecer otra pobre imagen. Ponce fue la viva imagen de la decadencia al no ‘meterse’ ya con los toros, ni arriesgar, aunque lo tapa con sus elegantes formas y estética, pero ayuno de cualquier profundidad.
Ahora mismo, Enrique Ponce está para retirarse, más aún con las vergüenzas al aire tras el repaso que le dio Emilio de Justo con su entrega, con su hondura y pureza, bajo la bandera del clasicismo del que hace gala.
De Justo fue el gran protagonista, pero más aún después del largo parón, toda la afición pudo ver su verdadera dimensión, el enorme techo artístico que está alcanzando este muchacho de la villa cacereña de Torrejoncillo que ayer dio un tremendo puñetazo en la mesa de la reivindicación.
Ya lleva varios años apuntando alto y en cada corrida ascendía un nuevo peldaño en la escalera del toreo, ganándose mejores carteles y contratos. Sin dejar a nadie indiferente, porque él venía con las armas de la pureza y ese clasicismo que siempre otorga el sello de torero de aficionados a quien Dios concedió tan inmenso don. Emilio de Justo desde hace ya dos años goza de tal distinción.
Pero llegó ese triste pandemia que frenó la temporada y ha sido tan cruel para todos, más para Emilio de Justo que veía cómo se cerraban las puertas de la temporada definitiva para ser figura.
Para recoger la cosecha, que se preveía abundante, después de haber cultivado tan bien la besana. Y de momento se cierran las plazas y los interrogantes llegan a todos.
Sin embargo, Emilio, no desfallece, ni vivir de lastimas, dedicándose a entrenar, a estar preparado para cuando llegase la ocasión volver a ser ese torero tan esperando.
Ese torero con tanta personalidad y sello propio, gracias a su estilo; a su elegancia con la capa (sus verónicas son un acontecimiento y sus chicuelinas a compás abierto un monumento).
Y no digamos con la muleta, donde marca diferencia en su manera de citar, de dar el pecho al toro, de correr la mano con ese temple único y siempre con su entrega, para llegar al embroque corriendo la mano con tanta enjundia y despaciosidad.
No digamos de ese naturales ralentizados, con los flecos de la muleta barriendo las arenas. O los remates de pecho, auténticas obras al arte del toreo. Y por último su entrega en la suerte suprema, ¡a triunfar o a morir!
Ahora, gracias a Emilio de Justo las campanas del toreo vuelven a dar tañidos de alegría, porque esa nueva normalidad ha ascendido definitivamente al Olimpo de las figuras a este muchacho de Torrejoncillo que nació con el don del toreo.
Y la noche del Martes Mayor en Plasencia, gracias s su entrega, s su hondura y pureza, bajo la bandera del clasicismo del que hace gala, se ha ganado definitivamente el sello de Figura del Toreo.
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