En el tintero del Abogado Pérez-Palma… Mi primera tarde en una Plaza; Los hombres de oro
Recordando pasajes emotivos y nostálgicos, esos que nos emocionan y nos transportan a un lugar a una época, y recreamos de nuevo esas vivencias que nos producen una variada mezcla de sentimientos, una acorde de innumerables imágenes, sonidos, que nos llevan a ese lugar donde se crearon, así llegue a la Plaza de Toros Mérida la de Yucatán, el Coso de Reforma.
Esta historia comienza en los años setenta. Si los dorados setenta, eran los años de Alberto Cortés, Carmela y Rafael, Imelda Miller, Joan Manuel Serrat, Lucha Villa, Manoella Torres, Vicky Carr, desde luego, Marco Antonio Muñiz y Armando Manzanero.
La emoción llegó al recordar esos domingos con mi padre, y todo el camino hasta llegar a la barrera de sol tercera fila, su lugar preferido. Elegantes vestimentas, los caballeros en su mayoría con nuestra prenda típica la guayabera o filipina blancas, otros con vestimentas más vaqueras con botas y sombreros.
Las damas algunas con la vestimenta regional de nuestra entidad huipiles finamente bordados coloridos, las demás con atuendos frescos pero elegantes, con sombrero y lentes, y los niños en pantalones cortos. Una fiesta familiar.
Desde afuera apreciaba la inmensidad del coso, largas filas, puertas de acceso que precisaban Sol y Sombra, los comentarios de los conocedores respecto a un torero, saludos, apretones de manos entre los concurrentes, la voz de algún vendedor de golosinas, un sinfín de imágenes y sonidos, un bufete emociones.
Recorrer los pasillos, se me hacían largos y enormes hasta encontrar la puerta de acceso, la emoción era tan grande como esa puerta, acelerar el paso y subir las escaleras, para encontrarte por fin con el ruedo, en la perspectiva infantil enorme, y en un abrir y cerrar de ojos la plaza ya estaba abarrotada, los comentaristas del tendido emitiendo opiniones, hacían más grande la emoción.
En un momento el callejón se volvió un carrusel, gente caminando y corriendo en su interior, alcanzabas ver algún policía, médicos, personas cargando maletas, fotógrafos, un desfile de personas y personajes.
Claro al principio preguntaba todo y el rompecabezas comenzó a formarse y entre preguntas y respuestas, la banda empezaba a entonar algún ritmo torero, llamado pasodoble, lo escuchaba imponente y el público siguiendo el ritmo con las palmas.
Y entre esos ritmos, se escuchó el tema principal (el Cielo Andaluz) un ¡ole! imponente surgió entre la gente, se abrieron las puertas y aparecieron los hombres de oro, los que eran precedidos de los hombres de a caballo, caminando con elegancia cruzaron todo el ruedo, un desfile único, me pareció eterno el momento, momento que toda vía llevo en el grato recuerdo, se convirtió desde ese primer encuentro, en inolvidable.
El rompecabezas seguía armándose; entre capotes y muletas, quites y pases, todo comenzaba a tener nombre.
Y luego una tonada diferente clarines y timbales para anunciar la salida del toro. La visón de un niño al ver salir a un astado de 500 kilos, literal lo veía como un tanque y que al recorrer el ruedo pasaba frente a tu barrera, fue una locura.
Salió al ruedo el primer torero, sólo con un pedazo de tela enfrentándose a un enorme toro, no podía concebir –como hasta la fecha- tanta valentía, ver cómo llamaba al toro para que este siguiera esa tela (el capote) era mágico, como si estuviese hechizando al toro.
Así comenzaron a brotar esos nombres mágicos que iban decifrándome lo que iba sucediendo en el redondel: largas cambiadas, verónicas, chicuelinas…
Y en un momento que no esperaba, se abrieron las puertas y salieron los hombres de a caballo; los caballeros, a enfrentarse al toro con su lanza (vara), un enfrentamiento épico.
Llamar al toro desde el caballo para que te ataque y ser testigo presencial de cómo lo detenían solamente con una vara. Me hizo viajar a tiempos que sólo conocía a través del estudio de la historia, sí todo un caballero medieval en su justa con el toro, para luego salir victorioso del ruedo.
Una tonada musical cambiaba el ambiente, y muchas veces el mismo hombre de oro tomaba unas varas pequeñas (banderillas) otras veces otros (banderilleros) lo hacían, y se plantaba en medio del ruedo para enfrentase con el toro. Corrían, zigzagueaba y dejaba las banderillas sobre el toro, todo en un acto de valentía y poniendo su cuerpo literalmente en el testuz. Y así dos veces más. Recuerdo que cada vez que ejecutaban una puesta de banderillas sólo volteaba a ver a mi papá sorprendido.
Sin saber en ese entonces del último tercio, seguía observando sorprendido cuando aquel hombre de oro, se plantó en el centro del ruedo y saludó respetuoso a todo el público, para luego con una rojiza tela diferente (muleta) a la primera, volvía a enfrentarse al toro, con pases que poco a poco fui conociendo.
Pases de tanteo, doblones, toreo por alto, naturales, derechazos, cambiados, y la expresión y los gritos del público: ¡Olé!, significaban agrado y aprobación, entonces mientras más olés se escuchaban, el hombre de oro ganaba gloria.
Y así los dos toreos siguientes, pero con formas diferentes, estilos distintos, se enfrentaban a sus toros, dos cada uno, hasta acabar los seis, así cada tarde poco a poco, fui conociendo y aprendiendo los nombres y términos del toreo.
Fui conociendo esa misteriosa magia que me envolvió irremediablemente.
Reconozco que los más emocionante, lo más grande e inolvidable era al final de cada corrida el poder bajar al ruedo; conocer y saludar a los hombre de oro, si en el ruedo los veía enormes, ya de frente eran unos gigantes, y así tuve la oportunidad de estrechar la mano y conocer a muchos gigantes: Carlos Arruza, Manolo Martínez, Jaime Ostos, Paco Camino, David Silveti, Rafael Gil Rafaelillo, Manolo Arruza, los Armillita…
… en fin, tantos hombres de oro, a los que desde entonces he visto con admiración y respeto.
Así fui armando el rompecabezas taurino, cada tarde, cada plaza, las piezas se iban entrelazando cada temporada, hasta entender y comprender el significado de la Fiesta más Bonita: La Fiesta Brava.
Ya hace mucho ayeres desde mi primera tarde de toros. El tiempo ha dejado en mi padre temple y experiencia, ha cubierto dos tercios de su vida, por consíguete el tiempo de igual forma ha hecho su faena en mi persona.
Hemos tenidos muchas tardes de triunfos y otras de derrota, pero seguimos recorriendo vida y ruedos con la pasión y emoción, de aquella tarde en los años setenta.
La inocencia de aquel niño, la vivo en cada tarde de toros, la emoción aun es más grande, pero lo más bonito es que sigo viendo a los Hombres de oro como verdaderos gigantes.
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Colección fotográfica: Doctor Alberto Cáceres Peniche
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