En el tintero del Abogado Pérez-Palma… El Pana: genialidad o locura; el último bohemio
Figura o personaje, ¿donde acababa Rodolfo Rodríguez y comenzaba El Pana?, o tal vez eran lo mismo o siempre fue uno: El Pana. Único e irrepetible, así como lo es el toreo apasionado, o tal vez como lo es el toro impredecible, así fue su vida y su toreo.
Irreverente en su estilo en sus formas, así lo llevo el destino, sepulturero, vendedor de gelatinas, panadero, para luego caminar por los ruedos, entre pasiones encontradas, para muchos irrespetuoso, para otros non grato, pero atrevido sin miedo a las normas, de personalidad única, transformó la vida de Rodolfo Rodríguez González para convertirlo en El Pana.
Irrespetuosamente coherente a su estilo corría 1995 cuando en una tarde en la Monumental México se lanzó El Pana al ruedo con un cartel que decía: “Chirac ya párale cabrón con tus bombitas“, aludiendo al presidente francés Jacques Chirac (presidente de Francia: 17 de mayo de 1995 – 16 de mayo de 2007).
Sólo él tenía ese carácter, nunca dejó de expresar y decir los que sentía y pensaba; así dentro y fuera del ruedo, siempre fiel a sus convicciones, que lo llevaron incluso al veto taurino por parte de Rafael Herrerías.
Llevó la bohemia a los ruedos, su expresión, sus formas, desde el paseíllo se veía diferente, rompiendo esquemas, con coleta natural entrelazado sus canas, el traje de luces con un sarape en lugar del capote de paseo, un habano en los labios y otras ocurrencias para los más puristas taurinos u otras genialidades para otros, llegando a la plaza en calesa.
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Simplemente así era El Pana, con una ocurrencia elocuente.
De estilo único, vistoso, de variada arrogancia torera, sin estrategia, con el capote se inspiraba en cadenciosos lances recortados con una soberbia media que iluminaba al redondel; y con la muleta trazaba largos y sentidos pases que convocaban al estado de gracia, y en ocasiones eran recortados con un inmenso trincherazo que firmaba toda la tarde.
Torero de recursos, con una improvisación de alta escuela, toreo místico, que llegaba a una genialidad sui generis, con un toque de locura.
Ídolo del pueblo, siempre arraigado a sus raíces, a su esencia más personal, llevando al torero a las calles, al barrio, a ese Apizaco del que presumía que había sido trazado como debía ser una verdadera urbanización. Ahí donde creció, donde la vida es real, de donde salió Rodolfo Rodríguez González.
Ese manto de misterio y misticismo, llevó a El Pana a su retiro a la Plaza México, una tarde del día 7 de enero del 2007, llegó con todas las intenciones de abandonar los ruedos, de ya no pisar más arena y colgar para siempre los garapullos… pero el destino tenía otro plan, otra historia y el Brujo de Apizaco convirtió su última tarde, como el más grande de los retornos.
Una tarde de nostalgia plagada de extraños.
La llegada en calandria, la espera en el callejón, tranquilo fumando un puro, el capote de paseo sin liar, haciendo esperar al tendido que lo aguardaba para arrojarle una lluvia interminable de confetis y serpentinas.
Y, salió El Pana, el tendido entregado con sólo verlo, el pasodoble Cielo Andaluz testigo de esa tarde, con la mirada hacia los tendidos, con paciencia sin prisa, haciendo eterno el momento.
En los pasillos el mismo comento, “… llevo siete años esperando este momento, no creo que pase nada porque ellos me esperen ahora 10 minutos“.
Saludó e inició el paseíllo arrastrando lentamente las zapatillas en la arena, a su estilo, sin prisas pero tampoco sin retrasos como diría el erudito Pepe Alameda. Prosiguió su caminar por el redondel y justo en los medios se detuvo imponiendo su mandato.
Una serpentina en la zapatilla izquierda acompaño a El Pana en todo el paseíllo, como deteniéndolo, luego otra serpentina en la zapatilla derecha al estar simulando con el capote quizá fue el presagio de que ese día no iba abandonar los ruedos.
Siguieron los extraños de esa tarde, un Rey Mago para un brujo o un regalo de Reyes para El Pana por parte de Pedro Garfias.
La historia se reescribe. Rey Mago de Garfias, le permitió a El Pana embrujar al tendido, toreando con sentimiento, improvisando en cada embestida, unas chicuelinas transformaron el ambiente y con la muleta un cambiado por la espalda dio inicio a la resurrección.
Los gritos de ¡torero!, ¡torero!, un cántico de inspiración para el romántico, que siguió expresando esa tarde toda su esencia. Su vida quedó resumida ese día, emulando a Lorenzo Garza, a Silverio Pérez, trincherazos hechizantes.
Esa tarde consolidó su destino, se mostró a plenitud, no escondió nada, irónicamente su despedida se convirtió en un feliz retorno, en una indescriptible bienvenida.
Quizá esas serpentinas en la zapatillas detuvieron un retiro, y el destino le regalo a El Pana la oportunidad de recorrer arenas y demostrar que el tiempo le dio la razón a su toreo.
A que torero le habló el Presidente de la República para disculparse por no haber asistido a una tarde de toros en la Plaza México. Sólo a El Pana.
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Igual es tarde dejó su esencia bohemia y romántica, al más puro estilo del maestro Jaime Sabines, el romántico del toreo expresó un emotivo brindis:
“Quiero brindar este toro, el último toro de mi vida de torero en esta plaza, a todas las daifas, meselinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando El Pana no era nadie. Que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, base de mis soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. ¡Va por ustedes!“.
Las ironías del destino o fatales coincidencias 12 años después el destino reclamó la tierra.
Así llegó un Pan Francés de Guanamé, para el panadero, una tarde en Durango, el 1 de mayo del 2019. El Pana no pudo moldear la harina de ese Pan Francés, con el capote en mano el torero de Apizaco, no citó al astado, este fue directo pasando por la izquierda… nunca se fue con el engaño y catapulta a El Pana.
La embestida le hizo volar, como señal que el cielo lo esperaba, no fue la cornada, fue la caída, pero en un ruedo, como soñaba El Pana, no murió en la arena, pero le causo la muerte un astado, un Pan Frances que vio acrecentar la leyenda del panadero.
La muerte un ser misterioso pero muy agradable, así se refería el último romántico de la Fiesta.
El Pana transcendió no sólo por su toreo sino por su personalidad la que lo llevó a extremos. Su vida fue abierta, sin filtros, héroe popular para muchos, su sola presencia abarrotaba lugares públicos. Nunca discreto, nunca conforme, así labró su destino, que al final le supo devolver tanto sacrificio y le permitió ser lo que siempre quiso ser:
Un torero por hambre.
Así se cierra el capítulo más romántico de la tauromaquia, se fue un genio, un histrión en las arenas, así se fue Rodolfo Rodríguez González, para dejar en la inmortalidad a su mejor obra El Pana.
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