El arcón de los recuerdo de Jaime Sierra… Y así comenzó la historia
En este tiempo de sana distancia y del ayuno de toros por la terrible pandemia del coronavirus; platicando con mi gran amigo Pepe Mata, me motivó a compartir con ustedes amables lectores, nuestros amigos, aquellas vivencias taurinas que me marcaron como aficionado a la más hermosa de todos las fiestas, la Fiesta de Toros.
Espero sea de su interés y agrado, y comienzo este primer relato, que seguramente puede coincidir con la historia taurina de muchos de ustedes amigos.
Y así todo comenzó…
Recuerdo que de niños uno de los pasatiempos más emocionantes era jugar al toro. Nos reuníamos en casa mis hermanos, primos y así juntos fuimos armando nuestra placita, haciendo burladeros y con toallas o lo que encontrábamos; y con una percha con cuernos realizábamos nuestra corrida entre el júbilo de todos.
Lo curioso que a pesar de que mi mamá aceptaba este juego por tenernos en casa, mi papá nunca se involucró. Parte por su trabajo pero, fundamentalmente, por una promesa que le había hecho a mi madre y que al pasar de los años supe; ya les diré más adelante.
Al final, seguimos con nuestro juego favorito y al pasar de unos años, varios de esos niños llegamos a torear y pudimos saborear esa emoción única y mágica.
Mi primer contacto con la bravura fue un 16 de marzo de 1963 en el viejo Progreso de Guadalajara.
¡Qué plaza con solera!
Estudiaba 1er año de preparatoria en el Instituto de Ciencias y dentro de las festividades que realizaba cada año el instituto, estaba la Fiesta de la primera división que culminaba con la novillada, en la que toreaban dos alumnos de 1º y dos de 2º de prepa en abierta y franca competencia.
Hicieron la convocatoria y ante la mirada juiciosa del Matador de Toros Alfonso Lomelí (QEPD), quien escogió a los cuatro que alternaríamos, uno fui yo.
De camino a casa, en el camión, todo emocionado iba pensando como pedir el permiso a mis papás y, la oportunidad, se me dio a la hora de la comida, tiempo justo en el que toda la familia nos reuníamos en la mesa y comentábamos lo que nos había sucedido por la mañana.
Así llego mi momento y les dije con decisión aunque debo de reconocer que había también nerviosismo, “Papás quiero pedirles permiso para torear la novillada del instituto”.
Primero todos se me quedaron mirando, e inmediatamente mis hermanos -todos más chicos- gritaron ¡sí!; pero mi mamá volteó en seguida hacia con mi padre, quien con cara sonriente estaba a punto de decir sí. No obstante, ella le reclamó fuertemente, y le recordó que le había prometido no tocar el tema de los toros en casa.
Ya serenándose las cosas, nos explicaron que mi papá toreaba antes de casarse y que le había prometido dejar todo lo relacionado con este asunto y nunca mencionarlo a los hijos que tuvieran.
Zanjado este asunto y con la emoción en el rostro mi padre sacó sus fotos de su misterioso archivo que hasta entonces no era conocido ni por mis hermanos ni por mi, y también apareció un maravilloso traje corto y trastos que tenía muy bien guardados. Se aprestó a darme consejos aunados a los que me daba el Matador Lomelí.
Y así debuté, vestido con el traje corto de mi padre, con el novillo número 21 de nombre Pajarito de la ganadería de Sierra Hermosa, propiedad del Dr. Ramírez Mota Velasco, al que le corte las dos orejas y ¡salí en hombros!
Por cierto, y también les comparto, que el señor que se ve a la derecha en la fotografía de portada, es mi queridísimo papá, a quien siempre llevaré en el corazón.
Obvio, amigos, me envenené de este mágico arte, pero ya será en otra entrega, en la que les comparta más recuerdos de mi arcón taurino.
Por ahora, a quedarse en casa, que ya les seguiré contando.
#QuédateEnCasa
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