El comentario de Paco Cañamero… ¡Cuando El Cordobés humilló a Limeño!
José Martínez Limeño ha sido otro gran torero que cargó con el peso de la injusticia y no le permitió disfrutar de los honores logrados en el ruedo. Hijo de un modesto novillero que, tras colgar el vestido de luces, se ganó la vida en el matadero de Sanlúcar de Barrameda, el lugar donde dio los primeros muletazos, siendo otro diestro que también surge del matadero.
Como lo fueron los Vázquez de Sevilla, surgidos en el matadero de San Bernardo y que tuvieron a Pepe Luis, en un pedestal de la Tauromaquia que fue la misma Sevilla vestida de luces. También el gran Diego Puerta, salido igualmente del sevillano de San Bernardo. O la dinastía de los madrileños Pirri, banderilleros surgidos del de Legazpi, donde lograron fama como puntilleros.
Tuve el gusto de tratar a José Martínez Limeño en su época de veedor para Simón Casas, tiempos que frecuentaba el Campo Charro y se instalaba en El Cruce de La Fuente de San Esteban, inolvidable rincón taurino donde compartí momentos a su lado, porque era una delicia escucharlo hablar de toros.
Y precisamente aquí, en esta dedicación suya, estaba el primer contrapunto al resultar chocante cómo un hombre prudente, sosegado, de exquisita educación y elegancia natural podía trabajar para un personaje como el francés, completamente opuesto: hablador, provocador díscolo, informal…
Pero lo cierto es que para Casas era mano santa lo que dijera Limeño.
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Limeño tuvo en los despachos la mala suerte que nos respondía con sus éxitos en el ruedo y en muy pocos profesionales ha pesado más esa desdicha. Sevilla fue suya y durante tres ciclos feriales se alzó triunfador, en 1968, 1969 y 1970 tras desorejar las corridas de Miura, ganándose un reconocimiento de figura que luego le negarían en los despachos. Porque aquellos legítimos triunfos que ahora servirían para hacer una temporada de postín a él no le sirvieron. Es más, lo acabaron retirando.
Limeño tardó años en romper hasta lograr ser el torero predilecto de la afición sevillana al rubricar páginas memorables saldadas con ¡cuatro salidas por la Puerta del Príncipe.
Y eso que de novillero ya conoció la gloria y hasta logró triunfar en Madrid y salir en hombros por su puerta grande, plaza en la que confirmó su alternativa en 1962, dos años después de que Ostos la diera la alternativa en La Real Maestranza, con Romero de testigo.
Sin embargo, tras la alternativa, tendrían que transcurrir ocho para años para lograr su definitiva irrupción, más importante aún porque en aquella época los toreros protagonizaban carreras más bien cortas.
Fue en la Feria de 1968 cuando sale por la Puerta del Príncipe las dos tardes que ha contratado, la primera de ellas con los Miura. Repite el siguiente año, de nuevo con la de Miura, para entretenerse en cortar cuatro orejas, alzándose triunfador total del ciclo.
De nuevo otras cuatro orejas corta a los Miura en 1970, en esta ocasión compartiendo cartel con Palomo y El Hencho, quienes también acompañan al de Sanlúcar en el éxito y en la salida en hombros.
Sin embargo, esos rotundos éxitos no son valorados y ni si quiera le sirven para torear esos años en San Isidro, al estar reñidas la empresa de Sevilla y la de Madrid, algo que provoca la desesperación de este gran torero que hizo gala de tanta gallardía, valor, elegancia y poderío.
Y en la Feria de Abril de 1971, después de ser triunfador absoluto de las tres ferias anteriores, Limeño vive uno de los momentos más amargos de su vida, el que le hiere profundamente y condiciona su carrera.
Ese año se anuncia dos tardes en la Feria de Sevilla, una con toros salmantinos de Arranz y otra con la habitual de Miura. Sin embargo es en la primera, la de Arranz, alternando con El Cordobés, la figura más taquillera del momento que impone su ley en el ruedo, en los despachos y en los corrales, cuando se acaba escribiendo una de las páginas más injustas del toreo. El cartel lo cierra José Luis Parada, también de Sanlúcar, con la fuerza que da en esos días estar protegido por la empresa de Sevilla.
La jugada sucia contra Limeño comienza por la mañana al amañarse el sorteo a sus espaldas y no informarle nadie de ello hasta que por la tarde, en la plaza, comprueba cómo salen cuatro toros muy cómodos de Arranz para sus dos compañeros y, sin embargo, en su turno saltan al ruedo dos sobreros fuera de tipo. Nada más salir su primer toro, Limeño incrédulo por lo que sucedía, se dirige a su peón de confianza y éste le confiesa el fraude que le habían ocultado.
Limeño se siente traicionado de una manera tan sucia por su propia gente y con el complot de la propia Real Maestranza, que ha olvidado las grandiosas tardes protagonizadas por el sanluqueño en años anteriores y ese día al acabar la corrida se hunde.
Se hunde porque ya no puede nadar más en esas aguas y esa noche, lleno de rabia, acude al recinto de la Feria donde en la Caseta Pineda y con la asistencia de la prensa taurina, está previsto que reciba el premio del triunfador del año anterior de manos del Gobernador Civil.
Nada más llegar, Limeño le dice al Gobernador que va a denunciar allí mismo la humillación y burla sufrida, por lo que el Gobernador le indica que tuviera cuidado con sus palabras.
Sin embargo, Limeño, pisoteado su amor propio y con su orgullo herido, al hacer uso de su palabra denuncia el fraude y comunica que se retira y ya no torearía la corrida de Miura, harto de sufrir en sus carnes tantas injusticias.
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Aquella denuncia, donde dijo lo que todos callaban por interés o cobardía, sirvió para la sustitución se la ofreciera la empresa a Ruiz Miguel, quien esa tarde se encumbra al cortar un rabo, el último que se ha logrado en la Real Maestranza de Sevilla.
De esa manera, atormentado por las injusticias e ignorado por la prensa, un grandioso torero que se ganó ser figura y a quien no le dieron el sitio merecido se fue del toreo por la puerta de atrás (después intentó volver sin éxito en un par de ocasiones), al dejarlo solo y pisotearlo antes de ir contra el poder establecido.
Esa tarde, Limeño, el gran José Martínez Limeño perdió la confianza en su apoderado y su cuadrilla, también las ilusiones necesarias y el ánimo para seguir en la lucha.
Pero lo que nadie pudo robar a ese grandioso torero –que perdonó a todos, pero no pudo ser capaz de olvidar- fue su honestidad, su honor y su dignidad. Ni tampoco la gloria de sus cuatro Puertas del Príncipe ganadas a sangre y fuego.
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