En Illescas… El azahar inunda
Illescas (Toledo). Sábado 7 de marzo de 2020. Primera de la Feria del Milagro. Se lidiaron cinco toros de José Vázquez y uno de Daniel Ruiz (6º), justos de presentación, el segundo el mejor, de juego muy dispar. Apacible tarde en Illescas, con buena temperatura y absoluto lleno en los tendidos.
Morante de la Puebla: Ovación desde el tercio y dos orejas.
José María Manzanares: Dos orejas y ovación desde el tercio.
Pablo Aguado: Ovación desde el tercio y dos orejas.
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Rompía la soleada tarde en Illescas cuando la moderna cubierta echaba, parcialmente, el cierre a los cielos. Los gintonics inundaban los pasillos como si se acabara el universo próximamente, y la gente abarrotaba los tendidos toledanos.
Cinco astados de José Vázquez, muy dispares en cuanto a juego y presentación, un remiendo incomprensible de Daniel Ruiz que se dejó, sin más, y dos sobreros más de José Vázquez, discretos ambos; fueron los animales lidiados por Morante de la Puebla, José María Manzanares y Pablo Aguado.
Se comenzaba a remover la arena con el primero de la tarde, de presentación justa para la categoría de la plaza y soso como él sólo, Morante le ponía su esencia a ese bello capote rosa que limpiaba las rojas líneas circulares del ruedo.
Un comienzo por bajo, dos verónicas ajustadas a la cintura y una media, tan suya como torera, pusieron el poco picante que el toro no tenía. En la muleta, lo intentó Morante con ganas, pero sin compañero.
Algún remate suelto por bajo, de bella y profunda ejecución, acompañados por unos ayudados por alto que bien valen el precio de una entrada. Pinchó el toro y saludó en el tercero.
Prometió que en el cuarto sería… y así fue. Tras una lamentable lidia, más propia de una capea veraniega entre amigos que de un festejo de lidia serio, Morante le vio algo a ese pequeño cuarto que nadie allí, le había visto.
La película parece que se repetía, de nuevo: el toro hace feos, Morante no lo intenta con el capote, un par de machetazos por bajo y a matar, pero… hoy no, hoy tocaba destapar el tarro. Mentón hundido en el pecho, muleta en la mano derecha, pegado a tablas, el toro se arranca, le cuesta, y Morante por bajo, como tanto le gusta, sin inmutarse, doblando la rodilla al compás del toro, se saca al animal hacia los medios. La plaza se rompe.
Y era sólo el comienzo. Una serie de derechazos, brillantes, sentidos, toreros, medidos. De esos que todavía perduran en la retina, casi nada. Arrebatao, ajustado a la cintura, pegado al lomo, con la muleta impregnada en azahar, con esa aura tan mágica que tan sólo él lleva consigo… los remates, excepcionales.
Muleta en la zurda, tan cortita como ajustada, con la espada incita la embestida del toro, de frente, como Pepe Luis; se lo lleva atrás, toreado, gira sobre sí mismo, el lío está formado. Qué muletazos, no se olvidan fácilmente.
Ayudados por bajo para rematar, la muleta siempre en la cara del toro, con su mano acaricia el pitón, Morante está en Morante. Morante, es Morante. Monta la espada, se hace el silencio y… entera, hasta la bola. Dos orejas, Illescas rompe.
Manzanares tuvo un lote variado, pero sin nada que destacar, el segundo de la tarde, quizás, el mejor presentado de todo el festejo, se colaba en los inicios de capote por el izquierdo. Parecía achacar una pequeña bizquera, pero el presidente aguantó el tirón y lo mantuvo en el ruedo.
Bravo Duarte en banderillas, saludó. Primera tanda de medida, Manzanares sabía que en su diestra tenía la clave de todo. Y lo entendió, vaya como lo entendió. Dejaba la tela roja muerta y la acompañaba, lentamente, al ritmo de la embestida de un toro que se vino arriba.
Y al que Manzanares, todo sea dicho, hizo mucho mejor. Los remates de faena, como siempre, absolutamente extraordinarios. Esos pases de pecho muy pocos son capaces de hacerlos realidad, y en Manzanares son un asiduo. Un cambio de mano, tan suyo, que levantaba al respetable de los tendidos.
Montó la muleta en la mano izquierda y sacó dos estimables series que acabaron por rematar la obra. Media estocada, pero en muy buen sitio (el toro cayó absolutamente rodado), sirvieron para cortar las primeras dos orejas de la tarde.
Poco que contar en el quinto, más allá de que el titular se partió las dos patas al acudir al caballo y tuvo que ser sacrificado. Salió un sobrero de José Vázquez, hierro titular, malo y soso como él solo. De presentación, tampoco es que anduviera muy sobrado, todo sea dicho.
Lo intentó Manzanares por ambos pitones, pero no había manera. Y la gente lo sabía. Aún así, dejó un par de muletazos con la mano derecha bastante valorados, dada la dificultad del astado. Montó rápido la espada, y cómo mata a los toros, qué maravilla.
En todo lo alto, hasta la bola. Poco tardó el toro en rodar para que el maestro de Alicante saludara una faena desde el tercio.
El tercero en discordia, y quizás el más esperado pues hacia su presentación, Pablo Aguado, se encontró con un tercero que tenía muy buenas condiciones de salida, de hecho, fue Aguado capaz de dejar dos verónicas de manos bajas extraordinarias. Tan bajas, que provocó dos volteretas del toro que le mermaron en exceso. Tampoco iba sobrado de fuerzas, todo sea dicho.
Salió un sobrero con sus kilos en lo alto, tampoco muchos, en la línea del festejo. Imposible de capote, ni una verónica que rescatar. Con la muleta, el toro tampoco es que fuese la mayor de las alegrías. Finales sin alma, poco para lo que necesita Aguado.
Y aún así, poco a poco, de serie en serie, fue capaz de meter al toro en el canasto y en las dos últimas tandas, tirando de arrojo y valor, le rescató una tanda de muletazos muy despaciosos en tiempo y forma, y sentidos. Estocada entera y repetidos fallos con el descabello, dejaron el asunto en saludos.
El sexto fue otra cosa, Aguado salía con la rabia y la torería propia de aquel que quería comerse el mundo, no quería irse caminando mientras sus compañeros se despedían del cielo toledano a hombros. Rodilla en tierra y una media cambiada, tan sorprendente como impropia de un torero de su corte, pero Pablo es algo más que un torero de arte.
Lo del capote fue el delirio más absoluto. La locura se apoderó de Illescas. Dos verónicas imposibles de contar en estas letras, llenas de sabor. Sevilla hecha capote, me acordé de Pepe Luis, no les miento.
Y una media, tan arrebatada como sentida, tan torera como mágica. La maravilla. Lo llevó al caballo con unas chicuelinas al paso y remató el segundo tercio con un quite por verónicas. El quite, por favor.
Cómo puede un torero tener tanto temple… Morante miraba orgulloso desde las tablas, su toreo queda en buenas manos. El remate, todavía lo recuerdo. Vaya media, hasta el final.
Y en la muleta el toro no fue cómodo, le costaba arrancarse, pero Aguado se lo sacó a los medios, recordándonos al Morante del cuarto toro, también con el mentón hundido. Ya en los terrenos favorables del animal, desplegó esa lenta muleta que tanto nos ilusiona. Una serie de derechazos, brillantes, impolutos, preciosos, señeros, de azahar… ya estaba el lío formao. La gente se levantaba, el público disfrutaba.
Muleta en la mano izquierda, con la ayuda en la diestra para empujar la embestida del toro. Se repetía la imagen, los Vázquez, Manolo. Pies juntos, de frente al animal, naturalidad, con temple, con clase.
Hasta detrás de la cadera, despacito, giraba sobre si mismo, el animal se abandonaba, el torero también. Difícil contar con letras lo sentido, imposible diría yo.
Espada de verdad, y muleta de nuevo a la zurda. Los ayudados por bajo, el remate, la perfección. Un kikiriki, ponía punto y final. Casi ná. Montaba la espada, el público empujaba y Aguado cortaba otras dos orejas para redondear una tarde de ensueño.
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