En Mérida… Escribano y Colombo, por encima de las condiciones de los toros
Plaza de Toros Monumental Román Eduardo Sandia de Mérida, Venezuela. Sábado 22 de febrero de 2020. I corrida de la Feria del Sol. Con poco menos de un cuarto de plaza (aproximadamente 3800 personas) en tarde soleada y fría al final de la misma, se lidiaron reses de Laguna Blanca (Euclides Sánchez), en su conjunto dispares de presencia, variopintos de pelaje, anovillados los dos últimos; 1º, descastado y falto de fuerzas; 2º, soso y noblote; 3º, parado y descastado; 4º, bravucón y áspero; 5º, noble y con recorrido; 6º, noble que se vino a menos.
Manuel Escribano: Silencio, silencio y dos orejas.
Jesús Enrique Colombo: Oreja, palmas y oreja.
Detalles:
Destacaron en la brega Eduardo Graterol y Mauro David Pereira, y en la vara, buen puyazo, no reconocido por los presentes de parte de Alfredo Guimerá.
Dos horas y 10 minutos duración de festejo.
El festejo comenzó con un retraso injustificado de 25 minutos de la hora establecida.
Presidió festejo Omar José Quintero, quien se desempeñó con criterio ecuánime.
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La primera de las citas de la edición de este año de la Feria del Sol ha estado condicionada en su mayoría por el juego en conjunto de los toros corridos. Solo al final, los dos últimos astados, en parte dieron pie a las mayores emociones de una tarde que iba camino al despeñadero en cuanto a trascendencia se refiere.
Y eso que a lo largo del festejo hubo interés indiscutible de ambos espadas por no dejar pasar resquicio alguno para el lucimiento. Pero es que con toros tan a contra estilo, poco más se podía hacer, sino estar decoroso, como lo demostraron los señalados espadas, Escribano y Colombo.
Poco público, mucho cemento vacío en la Plaza Monumental emeritense, en la cual así mismo se apreciaba mucha apatía en la taquilla horas antes del festejo.
Es que poco motiva, estimado lector, que una ciudad como Mérida llame a toros en la situación que se encuentra, literalmente la gente sobreviviendo como puede.
Allá las mentiras que se hacen así mismo empresarios y palmeros de oficio, donde así mismo al aficionado y taurino merideño se le ha corrido por la desastrosa gestión de una empresa que es un símil a como está el gobierno nacional.
Bloqueada por todos los flancos, se apaña como puede, ante la indulgencia de autoridades municipales y regionales, quienes poco ven más allá de sus narices… A poco que les interesa.
Así y todo, ante el primero de la función Manuel Escribano hizo las veces de enfermero, pues las endebles fuerzas de salida del chorreado en verdugo del hierro lagunero, condicionó su trasteo.
El medido castigo en varas, además del florido quite en los medios por chicuelinas, tafallera, caleserina y media verónica, serían lo más meritorio de su actuación, pues en banderillas cumplirían sin mucho mérito ambos coletas, clavando trasero y caídos los garapullos; el mejor de estos, el que cerró tercio, de adentro a las afueras por parte de Escribano, en todo lo alto, “asomándose al balcón”.
Pero en la muleta, a pesar de su esperanzador inicio, cambiando por la espalda los primeros viajes del astado, poco más pudo hacer, pues el toro además de su descompuesta embestida, racaneó sus envites a la poderosa muleta del sevillano por ambas manos, no quedando otra que justificarse.
Al segundo viaje con el acero, de tres cuartos traseros, se le despacharía, para que fuese arrastrado ante el silencio de los presentes, por un percherón remiso, esperpento de tiro de arrastre, que hubo de ser reemplazado sobre la marcha en el curso del festejo.
Una de cuantas improvisaciones, tanto de empresa como del palco presidencial, más proclives al cotilleo que sus verdaderas funciones.
El tercero fue peor que su hermano anterior para Escribano, pues a la par de lo mal picado que fue por Segundo Salgado, se le uniría su escaso recorrido con las telas.
En banderillas cumpliría Manuel y poco más, pues su labor muleteril fue mero trámite, para despenarle de estocada desprendida y trasera, para luego ser silenciado.
En el que cerraba lote, más opciones se le vieron desde el alegre saludo por verónicas en el tercio. El mínimo castigo en varas, ni para una muestra hematológica, dejaría el anovillado ejemplar preparado para el alegre y vibrante tercio de banderillas que protagonizaron ambos espadas, donde hicieron gala de facultades y conocimientos de terrenos para clavar rehiletes, en especial un par de Escribano por los adentros, de enorme exposición.
Y así, con el ambiente preparado, de rodillas en los medios se prodigó comenzar labor, la misma que hilvanaría en especial por naturales en series de enjundia, llevando largo y templadas las empalagosas y noblotas embestidas del jabonero burel, las que complementó por la diestra en tanda maciza y rotundas, las mismas que valieron lo justo y necesario para colocar a los presentes de acuerdo, tras la firmeza de plantas demostrada por el rubio coleta de Gerena.
Las dosantinas y los cambios por la espalda fueron el complemento para aliñar su trasteo. Los tres cuartos de ración toricida caídos y traseros valieron para que el toro doblara y con ello la pañolada que obligara a Usía a mostrar el par de pañuelos que daban salvoconducto a la salida en hombros.
Rodillas en tierra saludó con el percal Jesús Enrique Colombo al segundo de la tarde, bello castaño claro, el cual poco colaboró con las intenciones de capa del joven coleta.
El buen puyazo de Alfredo Guimerá valió para ver un buen tercio de rehiletes de ambos diestros, para ya entrados en la faena de muleta Colombo por doblones iniciara labor, entre las rayas del burladero 1 y 2.
Por la derecha templaría y llevaría “tapado de tela” al sosote ejemplar, donde el complemento de emoción que le faltaba a su embestida la colocaría el diestro en mención, con claras intención de triunfo desde el minuto 1 de actuación.
Una sola tanda por la zurda fue suficiente para dar cumplimento a todo lo hecho por Jesús Enrique, para de esta manera, de tres cuartos de espada, traseritos y tendidos, fueran suficiente para el corte de una oreja, por petición mayoritaria del soberano.
Su segundo astado no le dejaría estar a gusto a Colombo, pues su ásperas arreones con la que se decantó en la muleta, le hicieron por momentos estar atropellado al joven torero taribense. Antes se había explayado en vibrante tercio de banderillas desde todos los terrenos del ruedo.
Pero como comentábamos, con la muleta, voluntad y poco más se le vio ante el galimatías que supuso los viajes del astado a la muleta. El espadazo en lo alto, con el complemento de un descabello le dejó en tibias palmas su labor.
Y con el que cerraba plaza, comprometido tras ver como Escribano aseguraba su salida en hombros en el toro anterior, salió Colombo a por todas, frente a un toro que auguraba emociones que se fueron diluyendo a medida que transcurría su trasteo muleteril, al pasar nuevamente en el tercio de varas en solo meto tramite, apagándose a la tercera tanda de la misma, viéndosele por momentos encimista al coleta, dadas las condiciones del toro, que pedía más sosiego y distancias entre tanda y tanda.
No queda en duda los deseos de agradar del torero, pero una cosa es eso, y otras las condiciones que posibilitaba la res.
Al final, viendo los presentes todo lo antes acontecido, no era menos que justicia que luego del fulminante volapié, trasero y tendido con las que se fue tras la espada, se rindiera a la petición de la oreja que le abría la Puerta Grande, y con ello acompañar a Escribano en una tarde, donde ya quedó dicho, el mérito del éxito de la tarde recaería en la voluntad y disposición de los toreros.
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