Crónicas

En Cali… La tarde se ahogó en un océano de mansedumbre

Plaza de Toros de Cali, segundo Festejo de la versión 62 de la Feria Taurina de Cañaveralejo, correspondiente a una corrida de toros Goyesca. Más de un tercio de plaza, en la cartelería se anunciaban los bovinos de Ernesto Gutiérrez, dispares de hechuras y en general descastados, malos y con genio, la mayoría siendo pitados en el arrastre.

Enrique Ponce: Palmas y oreja larguísima.

Paco Ureña: Silencio y silencio.

Juan de Castilla: Vuelta y palmas

Detalles:

El sexto de la tarde, salto al callejón y en su huida hizo por Wilson Chaparro El Piña, sin consecuencias mayores.

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Con una entrada que apenas rebasa el tercio de plaza (nótese que la llegada de las figuras ya no llena las plazas), se dio inicio a la primera corrida de toros de la Feria Taurina de Cali 2019, cartel que convocaba a los ibéricos Enrique Ponce y Paco Ureña quienes alternaban con el joven torero antioqueño Juan de Castilla, en un espectáculo de tipo Goyesco complementado en lo estético por las “toreografías” de Loren Pallatier.

Como era de esperarse, con las figuras llegaron al ruedo los siempre polémicos y descastados Ernesticos, producto de esa mezcla malsana entre la justeza de hechuras y caras de lo de Santa Coloma y la nobleza repetidora, rayando a bobaliconada, tomada de lo de Murube (usado principalmente para rejoneo), que en Colombia vino a formar al desencaste preferido de las figuras.

Enrique Ponce: El de Chiva volvió a hacer de las suyas en ruedos americanos, luciendo su destoreo soso y displicente, su “despaciosidad” ante bichos que no embisten sino persiguen con nobleza los trapos, su ya famosa “labor de enfermero” que no solo agota y aburre, sino que corrompe la fiesta, degradándola al máximo, empeño en el que ganaderos y la misma afición son cómplices, basta con citar que el público de Cali, desmemoriado y fiestero, olvidó el desprecio del año anterior en el tan famoso caso de “la rodilla mágica”.

Su primero Rosamonte (500 kilos) fue un animal huidizo y rajado que desparrama la vista a los tendidos y que no se prestó para los juegos del valenciano, acometiendo forzado y a regañadientes, descolocando incluso al experimentado “artista” que veía como su carretón se le iba de las manos. Con los aceros despacha sin trascendencia, saludando desde el tercio.

De igual factura fue Lanzarote (506 kilos) un mansurrón que acometía a media altura dejando tras su paso el sino del descastamiento y el tedio, al que Ponce le paseo con su ya acostumbrado “templar en cámara lenta” engañando por momentos al respetable. Con la tizona deja pinchazo, que, pese a la tramposa intervención de los subalternos, mareando al bicho, le exigió usar el verduguillo; como producto de las malas maneras, la obtusa solicitud de parte del público y a la postura exigente del señor Ponce, el presidente, otorga un inmerecido trofeo, prueba inefable de la involución y declive de la fiesta de los toros.

Paco Ureña: El menguado torero, nacido en Lorca, llegaba al cartel por las vías del reemplazo del alicantino Manzanares, quien durante las últimas temporadas ha sido un huidizo a las comparecencias en tierras colombianas. En su gesto se observa la gravedad y seriedad que otrora le hiciera épico en plazas como las de Madrid, Valencia o Bilbao; pero a razón, de su situación actual, se le ha recluido a las corridas comerciales de las figuras, deformando su sino de épico lidiador al de mercenario del descastamiento.

Su primero Chigüiro (514 kilos) fue un muro de mansedumbre huidiza, del que sólo se pudieron sacar momentos y detalles, mal rubricados con los aceros siendo silenciado.

Sin embargo, todos los males tomarían forma en el quinto de nombre Anturionegro (540 kilos) un toro descastado y vacío, un culmen de mansedumbre que terminó reculando y buscando huidizo la puerta de toriles, cerrando la puerta a las buenas intenciones y disposición del torero murciano, que a falta de toro se fue por la tizona dejando una estocada caída, complementada con varios intentos con la cruceta del descabello, de nuevo silencio, y abucheos para los despojos del manso en el arrastre.

Juan de Castilla: El joven diestro salido del popular barrio Castilla de la ciudad de Medellín, se llevó lo más potable del encierro, y con potable se hace referencia a lo menos deleznable, lo medianamente toreable.

Su primero fue devuelto en medio de calambres y protestas, saliendo en su lugar Colibrí (436 kilos) un pequeñajo tosco y repetidor que le condujo por el terreno del aguante y el toreo a la defensiva, logrando chispazos con más emotividad que arte. Con los aceros deja desigual estocada que remata con buen uso del descabello. Su labor fue premiada con una vuelta al ruedo.  

En la línea de “lo menos peor” se puede enmarcar el cierra plaza Boticario (524 kilos) noble y repetidor, fiel al concepto de carretón autómata que le permitió al paisa gustarse con el toreo de capa, creando una faena que culminó con la inexplicable petición de un irrisorio indulto, producto más del tedio y el menesteroso carácter de esta plaza, que de la calidad del burel. Una pena que el de Medellin, buscó vender un indulto que le distrajo del correcto rubricar, viendo como los aceros le arrebataban el triunfo.

 La feria continúa mañana 28 de diciembre:

Festival taurino del Señor de los Cristales, con astados de la dehesa de Ernesto Gonzales para Enrique Ponce, Sebastian Castella, Luis Bolívar, Paco Ureña, Emilio de Justo y Luis David Adame.

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@Manzanarestoro

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