En Aguascalientes… Una fiesta de camino al Mictlán
Menos de media entrada en la Monumental de Aguascalientes, tarde muy fría y con fuerte viento. Corrida en el marco del tradicional Festival de Calaveras. Se lidiaron para rejones, un astado de Fernando de la Mora, justo de presencia, soso y sin transmisión y uno Zacatepec complicado. Cuatro de Arroyo Zarco para los de a pie justos de presencia y de juego desigual; el segundo obtuvo palmas en el arrastre, el quinto pitos, tercero complicado y sexto manso perdido.
El rejoneador Diego Ventura: Palmas y al tercio
Luis David Adame: Oreja con protestas y división de opiniones tras dos avisos.
Pablo Aguado: Palmas y pitos tras sonarle los tres avisos.
Detalles:
Saludaron en el tercio los subalternos Ángel González y Christian Sánchez.
El Mictlán es una creencia sobre el lugar a donde van los muertos
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Tan mala fue la tarde de hoy que hasta los muertos prefirieron regresar al Mictlán, seguir el camino del cempasúchil, recoger sus ofrendas, llevarse sus nostalgias de tiempos pasados…de otra fiesta. Decir adiós y volver morirse de tanta decepción, de tanto frío, de tanta mansedumbre“.
Según la tradición mexicana, el dos de noviembre se abren las puertas del inframundo (Mictlán) para que los vivos y los muertos convivan en un mismo espacio.
Seguramente los difuntos que en vida disfrutaron de la fiesta de los toros, quisieron asistir a la corrida en la Monumental, puesto que hasta el más allá les llegó el rumoreo y los buenos presagios para hoy.
Pero no, ésta fue una tarde triste, desangelada, inerte y fría como el olvido, ese sentimiento letal que hace que los recuerdos de los no vivos se vayan perdiendo.
Tan mala fue la tarde de hoy que hasta los muertos prefirieron regresar al Mictlán, seguir el camino del cempasúchil, recoger sus ofrendas, llevarse sus nostalgias de tiempos pasados…de otra fiesta. Decir adiós y volver morirse de tanta decepción, de tanto frío, de tanta mansedumbre.
¿Y los vivos?
Pues apenas sí ocuparon menos de medio aforo, esperanzados en un cartel que prometía pero que a la postre terminó desesperando a vivos y muertos.
Diego Ventura llegaba a Aguascalientes dispuesto a triunfar, pero pareciera que el viento apagó las velas de su altar y por más que tratase de encenderlas el destino se empeñó en que las cosas no le rodaran bien.
Primero se inutilizó el que abrió plaza, hubo que ser sustituido por otro de Fernando de la Mora que de salida fue protestado por su escasa presencia. Con éste el rejoneador estuvo esforzado, colocando rejones de castigo y banderillas haciéndose aplaudir, pero el astado no tenía el recorrido deseado para hacer su labor más vistosa.
Por momentos utilizando sus buenas maneras en la doma para verse espectacular de cara a la galera, ante un astado totalmente parado ya en el ocaso de la faena. Mal con el rejón de muerte y las palmas para el de a caballo.
Con su segundo la mala fortuna se volvió a presentar, puesto que salió por toriles un astado en puntas, equivocación tremenda del personal de la plaza.
Con evidente molestia Ventura abandonó el redondel hasta que fue regresado a los corrales y salió el astado correcto a lidiarse, un reserva de Zacatepec que no le puso las cosas fáciles pero que le dejó estructurar una labor intensa de hacia el tendido.
Quiebros espectaculares en la cara del toro para dejar banderillas bien colocadas, recortes toreros dejándose llegar al burel, logrando conectar con la afición, utilizando todos sus recursos.
Quitó la rienda a su jaca para dejar pares de banderillas a dos manos en uno de los pocos momentos de calor del festejo. Pero cuando todo pintaba para el triunfo, entre toro y caballo se acortaron las distancias, al encontrarse llegó el fuerte golpe y el toro se inutilizó, hubo que descabellarlo en la arena y lo que fue dulce se volvió amargo. Fuerte división de opiniones y al final la afición sacó al tercio al caballista.
Luis David Adame vio las luces y las sobras, tuvo instantes destacados y otros en los que el imposible viento le jugó una mala pasada. Bonitas chicuelinas adornaron el redondel en manos del hidrocálido, quien de esta manera se lo llevó a los caballos donde fue picado correctamente.
Luego otro ramo de chicuelinas y la media a manos bajas hicieron florecer las esperanzas, el astado metía bien la cabeza prometiendo condiciones. Pero llegado el tercio final el señor del viento sopló y sopló, Luis David se lo pasó por derecha tratando de domeñar la situación, el astado ya levantaba los pitones y le complicaba la labor.
Por momentos lograba colocar la muleta en los belfos y tirar de él, pero aquello era un camino sin retorno. Los naturales prosiguieron, el torero esforzado y aguerrido, pero las ofrendas no gustaron, terminó sin encantar a sus paisanos que solo le respondían con leves palmas y pocas reacciones.
Manoletinas para cerrar la faena, mató recibiendo, dejó estocada entera ligeramente caída. El juez en un santiamén entregó una oreja que le fue protestada en la vuelta al ruedo.
El quinto del festejo fue una penuria total, desde su salida sin atender capotes y en la vara un desfile de puyazos, el astado huyendo de cada uno de ellos, protagonizando una escena digna de ser llamada: La muerte de la bravura.
El torero nuevamente en son de voluntad tanto con el capote como en la muleta, pero el soso, distraído y suelto burel no le dejó hacer mucho.
Luis David empeñoso queriéndole cambiar los terrenos, sacándole de las tablas, pero el animal fue un auténtico monumento a la mansedumbre y volvía a su querencia.
Desesperante para todo aquel que le viera, vivo o no vivo daba igual, el frío calaba hasta los huesos y el viento arrastraba las pocas esperanzas. Para cerrar pinchazo y media caída hasta escuchar dos avisos y la marcada división de opiniones.
Pablo Aguado había atraído hasta a los muertos. Generó entre la verdadera afición una gran expectativa, deseos y esa esperanza de revivir sentimientos que algunos ya habían sepultado, pero ni el rito mexicano consiguió que se produjera “el milagro”.
Justo de presencia fue el primero de su lote, con el que estuvo dispuesto y la gente lo esperó. El astado no se empleó desde la capa.
Ya en la muleta el fuerte viento arreció y el imposible y peligroso burel no dejó estar al sevillano que pedía calma al espectador. Por el izquierdo detalles aislados, un natural fino y solitario, un desplante rodilla en tierra y en la cara y a mejor vida. Pinchazo y tres cuartos de acero trasero y las palmas de la afición.
El sexto de la tarde, que ya era noche, fue un torillo sin trapío que la gente pitó fuertemente, ahora sí se les olvidó que era el torero revelación de España quien lo lidiaba, esta vez se lo recriminaron y con justa razón.
Mientras tanto en el palco de la autoridad un silencio sepulcral se apoderó de Ignacio Rivera Río, que no movió un dedo ante las protestas del respetable.
El viento helado continuó, al igual que las protestas, el astado se fue al caballo escupiéndose en dos ocasiones. Esta vez hasta la peonería estuvo desacertada en los palitroques.
Luego, Aguado contra la mansedumbre, ¡Que alguien le diga que venga y levante a los muertos, pero que pida la bravura!
Porque ante eso no se puede estar, la afición está cansada de morir un poco cada tarde, de ver sus anhelos rotos, de no emocionarse, de no frotarse las manos, de querer revivir su afición y al final despertar aun en la tumba de la realidad de una fiesta difunta, de una fiesta que no es brava y que no se parece a la de sus ancestros.
Aguado a disgusto y todos disgustados, luego vino un penar de intentos con la espada, múltiples fallas, protestas airadas y le sonaron uno, dos, tres avisos.
El toro vivo a los corrales y Aguado cabizbajo marchándose entre silbidos, desmoronando la flor que los hidrocálidos le habían ofrendado.
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