En Ronda… Y Pablo pidió el sobrero
Real Maestranza de Caballería de Ronda (Málaga). Con un lleno de ‘No hay billetes’ se han lidiado toros de Juan Pedro Domecq y un sobrero de regalo de Domingo Hernandez: Inválidos en su totalidad. Faltos de raza. Noble y falto de fuerzas pero con clase el sobrero.
Morante de la Puebla: Silencio, oreja y pitos.
Pablo Aguado: Ovación, oreja y silencio; dos orejas en el de regalo.
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Podré ser un joven que escribe, que os guste o no, pero durante la Goyesca de Ronda de este año me sentí a parte de eso, un afortunado. Me sentí así porque vi a Antonio Bienvenida y a Pepe Luis Vázquez renacidos en una misma persona, en un mismo torero.
Agarré al señor que tenía a mi lado, me desgarré la garganta gritando e idolatrando la obra sublime de esta tarde, me levanté de mi asiento, lloré, sonreí y de nuevo, me volví a sentir afortunado en todos y cada uno de los muletazos sedosos de Pablo Aguado al sobrero de regalo de Domingo Hernández.
Sentí la necesidad de sentarme, de asimilar lo que había presenciado una vez que este joven tocado con la mano del señor, enterró en la cruz del colorao la espada que haría que Ronda suspirase al cielo soñado de Antonio Ordóñez, que estaría vagando felizmente por los tejados del coso viendo como con tres o cuatro series, se puede hacer el toreo más puro.
Volaron sombreros, almohadillas y pañuelos hacia el ruedo mientras los cimientos de la plaza se tambaleaban entre palmas causadas por el toreo eterno, el de siempre, el que nunca pasará a un segundo plano.
Concha flamenca terminó de erizar las pieles de los que afortunados como yo, veíamos una cima artística inclasificable.
Mis lágrimas, cayeron bajo el consuelo de la simpleza en lo insuperable. No se puede torear mejor, más encajado en los riñones, más templado, con más pureza, con más compás y con más sentimiento.
Me lo llegué a preguntar, tuve que plantearme un dilema resuelto en aquel momento por el sevillano:
¿Se puede torear mejor?
Mi cuerpo llegó a temblar literamente respondiendo a esa pregunta instantáneamente.
Ya mi alma revoloteó por los tendidos en los saludos al segundo, quinto y sexto.
Nadie, absolutamente nadie, me robará ni me quitará las sensaciones que pude adquirir en el coso rondeño sobre las ocho y media de la tarde del treinta y uno de agosto de 2019.
Esa manera de supurar emoción por los poros de mi piel enardecida ante una faena que me dejaría vacío en un camino de vuelta a Sevilla, repleto de bellos recuerdos que dejaré para siempre dentro de mi corazón.
¡Eso!
¡El sentirse vacío al salir de una plaza! ¡La magia de las grandes faenas! ¡Esa es la magia del toreo!
Maestro, desde aquí si me lee usted, gracias, no hay quien pagase tal lección artística. Afortunado me sentí.
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