En Bilbao… La cristalina poesía de Diego Urdiales
Bilbao. Martes 20 de agosto de 2019. Corridas Generales. Cerca de un tercio de entrada. Toros de Zalduendo. Desigualmente presentados, les faltó fondo.
Enrique Ponce: Ovación con saludos tras petición y silencio tras aviso.
Diego Urdiales: Oreja y silencio.
Ginés Marín: Silencio y ovación con saludos.
Detalles:
Los banderilleros Jesús Díez Fini y Manuel Izquierdo saludaron tras parear al 3º y El Víctor y Juan Carlos Tirado hicieron lo propio tras banderillear al 5º.
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Duro golpe recibió Enrique Ponce en su reaparición en Bilbao, siendo base de cartel y supuesta figura del toreo, no tuvo convocatoria y los tendidos a duras penas se llenaron en una tercera parte.
Sólo reiteró lo que se ha venido confirmando en las diferentes plazas no sólo de España sino allende la frontera hispana, está en la total debacle.
Concluido el paseíllo sonaron las palmas y ni tardo ni perezoso, Enrique, se salió al tercio ante la mirada atónita de la concurrencia, ya que si se habían batido las palmas fue para reconocer a un artista: Diego Urdiales.
Por ello, antes de salir el segundo toro de la tarde la gente notoriamente conmovida solicitó la presencia de, Diego Urdiales, en el tercio y la ovación fue en verdad estruendosa.
El público pudo, ahora si, rendir sentido homenaje a su torero.
Pasadas las muestras de efusividad, salió el zalduendo, y al no tener la presencia que el público esperaba le protestaron, protestas que fueron creciendo en una suerte de varas en donde se señaló, pero no hubo pelea.
Y la debilidad de toro se hizo manifiesta; pasó el tercio de banderillas y Matías mantuvo al toro en el redondel.
Salió Diego, brindó a una muy emocionada aficionada, y lo que vino después fue magia, fue poesía, sustancia y esencia.
Una faena que apreció de la nada y fue la consecuencia del embrujo torero de Diego Urdiales.
Trazos cristalinos, diáfanos y de un sentimiento arrollador fueron los que cimbraron al coso bilbaino.
Y tras la rúbrica la merecida oreja que paseó en medio de los vítores.
A pesar del esfuerzo no hubo toro para la inspiración de tan gran torero, pero ahí estuvo la apasionada entrega sin tasa ni medida.
Enrique Ponce ha llegado a un amaneramiento extremoso. No barroco sino amanerado sin la reciedumbre torera.
Se pasó al astado que fue la representación de la bondad en medio del toreo empalagoso poncista. Tras la habilidosa estocada hubo cierta petición no concedida, y un berrinche del torero que no quiso dar una vuelta.
Con su segundo nada, absolutamente nada para el recuerdo inmediato y así se fue; así vendrá en un par de días.
Ginés Marín su voluntad y entrega no pudieron reconducir al tercero de la tarde había deseos de verle; pero todo quedó justamente en el deseo.
No así en el sexto en donde apareció una faena correcta que fue a más hasta llegar a los magníficos trazos con la derecha. Hubo bernadinas y luego desacierto con el acero.
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