Lo dice Pepe Mata… La Fiesta que alguna vez fue brava
La Fiesta se llama brava y se apellida encastada; lo que justamente le dio sustento a este mágico rito sustentado, con enigmática y mítica liturgia a su grandeza.
Salía el toro bravo, acometía en capotes, luego comparecía con el caballo y con fuerza inaudita también daba poderosa pelea.
El torero entonces primero era el héroe que dominaba a la fiera y luego se transfiguraba en artista, para crear luminosas obras de arte.
Esto en la actualidad, en el mal llamado toreo moderno, parece un bien casi en extinción.
Los ganaderos le han disminuido la casta y la bravura al toro para beneficio de los figurines; y han hecho un animalito dócil, una especie de linda y obediente ovejita de la pradera, que acude a los engaños con dulzura pero ya no con bravura.
En medio de esta reflexión que rondaba por mi mente, apareció el sexto animalito para Pablo Aguado, quien llegó a Madrid precedido de su gran triunfo sevillano, se le esperaba con la expectación causada por sus notables argumentos.
Así le vimos acompañar con ternura infinita el dócil caminar borreguno del de Montalvo.
Tiene buenas maneras el señor Aguado, ni duda cabe, clase y calidad en su expresión; y así sus movimientos junto con el animalito de bondad infinita, resultaron bonitos tanto con capote como con muleta.
Episodios diáfanos, transparentes, cristalinos…
… sí sí, como un hermoso castillo de cristal, aunque en el contenido faltó siempre la casta y la bravura.
Aquellas hazañas épicas parece que se fueron para no volver; las han ido reduciendo a momentos bonitos, bellos pero al final hace falta algo más, o mucho más.
Con su primero estuvo intentando torear siempre con el engaño retrasado y eso provocaba que hubiera una luz que enseñaba en donde estaba situado y el toro al darse cuenta hizo lo propio hasta en tres ocasiones dejándole tremendas guantizas.
Sí, acompañó el señor Aguado el caminar con armonía, sobretodo a su segundo bovino, pero hizo falta algo más.
Han dejado momentos importantes Ginés Marín con un toro complicado, con el que estuvo firme en una faena digna y se le dio la única oreja de la tarde; y Luis David Adame hizo gala de su capacidad imaginativa con el capote, con orticinas llevó a su astado al caballo, sensacional quite con zapopinas. Con la tela roja hubo series por naturales largos y sentidos. Hubo un gran espadazo, petición de oreja, pero el presidente en turno desoyó la orden imperial del respetable, y todo quedó en una vuelta al redondel.
En la reflexión, queda el deseo de que los ganaderos que dieron la espalda a la casta y a la bravura, ¡las devuelvan!…
… ¡sí!, que las ¡devuelvan!
Con el fin de que las faenas bonitas vuelvan a ser épicas hazañas de inolvidable recuerdo; y no sólo queden en un grato anécdota para el toreo.
¡Dígase la verdad… aunque sea motivo de escándalo!
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