En Sevilla… Pablo Aguado, la grandeza del toreo
Sevilla. Viernes 10 de mayo 2019. Real Maestranza de Caballería. Duodécimo de abono. Se lidiaron dos toros de Jandilla, justos de presentación, cumplidores en los caballos, muy nobles y blandos. Lleno de ‘no hay billetes’.
Morante de la Puebla: Silencio tras aviso y oreja.
Andrés Roca Rey: Oreja y ovación.
Pablo Aguado: Dos orejas y dos orejas. Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
Detalles:
Saludaron tras parear el sexto Iván García y Azuquita.
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Tras una actuación clamorosa, el diestro sevillano cortó cuatro orejas y salió a hombros por la Puerta del Príncipe
Pablo Aguado, un chaval sevillano poseído de gracia, embelesó a La Maestranza y salió de la plaza a hombros como figura indiscutible del toreo artista. Cortó cuatro orejas, vivió la tarde de su vida, le salieron dos toros de ensueño y él supo estar a la altura del dificilísimo compromiso que suponía esta corrida para su carrera.
Roca Rey es el héroe que se juega la vida sin cuento y sale al ruedo a triunfar o morir. Tiene hambre de triunfo.
Y Morante fue el regusto del veterano que se pica ante el triunfo de los más jóvenes, saca fuerzas de flaqueza y hace el esfuerzo del año.
La estética, la épica y el sabor… Si es verdad que el toreo es grandeza, hoy, en Sevilla se expresó en toda su dimensión. Fue una tarde para el recuerdo, el deleite, el sentimiento. La tarde de la feria, del año, de muchas ferias, quizá…
Pero, ayer, la grandeza con mayúsculas no tuvo más que un protagonista, Pablo Aguado (Sevilla, 1992), que tomó la alternativa en esta plaza en 2017 y desde entonces ha sido la esperanza sevillana.
Y triunfó porque hizo un toreo nuevo por diferente, basado en la naturalidad, el empaque, la creatividad y la inspiración. Es un torero elegante que desprende aroma y empaque y esas cualidades se transmiten al tendido a la velocidad de la luz.
Ese primer toro suyo, tercero de la tarde, es el sueño de cualquier artista, nobilísimo, exquisito en su embestida, pronto al cite, largo y humillado siempre. Un toro para soñar.
Pablo Aguado derrochó torería y sapiencia torera. Sus dos primeras tandas con la mano derecha brotaron con la suavidad del toreo eterno. Y Sevilla enloqueció porque aquella expresión era distinta, olía a clasicismo, a toreo antiguo, ese que palpita al lado de corazones excitados por la belleza. Emotivos naturales después, como dibujados con el alma, y otra tanda final de derechazos maravillosos, un prodigio de sensibilidad.
Y cuando el público se puso en pie, conmovido y arrebatado, Aguado montó la espada y cobró una estocada que hizo asomar los dos pañuelos en el palco.
La banda de música trabajó a destajo durante la lidia del sexto. Sonó cuando Aguado pintó en el quite cuatro verónicas sensacionales; volvió a hacerlo cuando Iván García y Azuquita protagonizaron un tercio de banderillas de premio, y el pasodoble se hizo presente de nuevo en la faena de muleta. Con la plaza hechizada, Aguado volvió a encontrarse con otro bombón que exigía unas muñecas diferentes. Por bajo, con suavidad, inició su labor, la primera tanda de derechazos fue un monumento al arte del toreo, muletazos largos, henchidos de hondura y aroma, una referencia de la colocación, el cite y el remate. Torerísimo el cambio de manos posterior, suavidad y ligazón en una tanda de naturales, y otra final a pies juntos antes de la estocada trasera que desbordó todas las previsiones. No estuvo esta faena a la altura de la primera, pero los ánimos triunfales habían inundado toda la plaza y la felicidad se había apoderado de La Maestranza. Por eso, quizá, con generosidad, el presidente le concedió las dos orejas.
Pero la tarde fue un abanico de emociones, también, con Roca Rey, que salió a por todas, dispuesto a comerse el mundo para abrir la puerta principesca. No fue posible, pero en el albero quedaron su heroicidad y su vergüenza toreras.
Recibió al primero de rodillas en los medios con una larga cambiada y a punto estuvo de ser arrollado. Volvió a intentarlo en el tercio de sol, y con la plaza embravecida, dio tres largas y otras dos afaroladas, preñadas de riesgo y emoción, mientras los tendidos, puestos en pie, vitoreaban al héroe.
Se lucieron Viruta con las banderillas y Juan José Domínguez en la lidia con el capote, y Roca Rey, con un perfecto dominio del escenario y una rara expresión de la lentitud rayana en la excesiva teatralización, jugó al toreo con el santo varón que le tocó en suerte. Sufrió una voltereta sin consecuencias y paseó una merecida oreja. Lo intentó de veras ante el quinto, pero el noble animal embistió sin codicia y con la cara a media altura y el hechizo se deshizo.
Y Morante. Vio que se le iba la feria como un convidado de piedra y realizó un esfuerzo supuestamente impensable. Deleitó a la verónica en distintas ocasiones, especialmente en el quinte al cuarto, y tras una labor superficial e insípida ante el primero hizo de tripas corazón y trazó algunas tandas meritorias que le hicieron pasear un trofeo. Sorprendió a todos, además, con un airoso galleo del bu en el segundo toro de Aguado.
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- Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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