Crónicas

En Ciudad Rodrigo… La grata sorpresa de Raúl Montero

Ciudad Rodrigo (Salamanca). Plaza llena en tarde espléndida. Ganadería: Reses de Montalvo, desiguales de presentación, con presencia y romana, todos cómodos de cabeza. En general de buen juego, el tercero muy flojo y el de más calidad el cuarto.

Pérez Pinto: Estocada y cuatro descabellos. Oreja tras aviso.

Antonio Grande: Cinco pinchazos. Silencio tras aviso.

Manuel Diosleguarde: Tres pinchazos y estocada. Oreja.

Raúl Montero: Estocada. Dos orejas.

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Ni los más viejos del lugar recordaban una tarde con una temperatura más propia del Carnaval canario que del farinato, donde siempre había que buscar cobijo del frío invernal. Ayer, por la manera veraniega de vestir hasta parecía una copia de aquel organizado un año por agosto. Y en ese ambiente continúa el perpetuo homenaje al querido Jose Pinto, el amigo de todos que se fue justo en vísperas de estas carnestolandas que escribían su nombre de máximo protagonista. Se sentía su ausencia, su alegría y esa forma tan positiva de afrontar cada momento de su vida este personaje que ya descansa para siempre en su querido Casillas de Flores, ese pueblo cercano a la frontera portuguesa donde sus mayores criaron toros bravos –un novillo de su abuelo de nombre ¡Islero! mató al mirobrigense Manolito Santos en una capea celebrada en Casillas de Flores el veinticinco de julio de 1957-.

Con la presencia de una multitud comenzó el festejo puntual y acabó impuntual, porque nada justifica que en una novillada de cuatro novillos se alargase hasta superar las dos horas, con muchos momentos de tedio y aburrimiento, únicamente salvados por el colorismo de los tendidos y la alegría reinante en los tablaos. Nada lo justifica, ni el mal uso con la espada, ni la arena suelta del coso que este año –al menos en este primer festejo- no estaba compactado, pero esta moda de las interminables faenas de muleta es otra rémora para una Fiesta donde siempre mandó la intensidad y la brevedad, quince muletazos y una estocada, se dijo siempre. Quince muletazos como aquellos de Juan Mora en la Feria de Otoño de 2010 coronados con estocada es la esencia de esta Fiesta y lo que devuelva la afición, jamás esas faenas que no tienen fin.

Pérez Pinto, abonado a esta actuación, paga su falta de rodaje y lo sustituye con su disposición. De salida, en interminable espera, espero a su novillero en los medios, con ambas rodillas en tierras, antes de lucirse con la capa. Al igual que hicieron sus compañeros en su momento, brindó al público una faena con arrebato y de larga duración cortando una orejita.

A Antonio Grande, avalado por su brillante bagaje y con muchos seguidores, hay que pedirle más y no justificar lo que dejó pendiente con la falta de genio de su novillo, astiapretado de cuerna. Inicio su faena de muleta con un afarolado de hinojos y por momentos hubo esencia y gusto en su hacer, más bien al inicio del trasteo, para irse después desinflando y acabar atropellado, entre manoletinas, naturales y falta de claridad que se podía achacar a ser el primer festejo del año. Fatal con la espada.

También hay que exigirle más a Manuel Diosleguarde, un chico que en 2019 debe situarse en la cabeza de los novilleros. Variado lances y quites frente a un novillo de poca fuerza lo mejor fueron tres naturales y, con altibajos, una serie sobre la diestra, aunque sin acabar de lograr esa rotundidad que nos tiene acostumbrados. También estuvo de pena con la espada y el palco lo premió con excesiva generosidad.

La gran sorpresa llegó con Raúl Montero, de Villar de la Yegua y debutante con picadores. En tan importante ocasión tuvo la fortuna de tener en sus manos el mejor novillo, el de más nobleza y calidad. Se mostró decidido con la capa en el saludo a la verónica; después, en la faena de muleta brilló firmando naturales con buen trazo, con la pena de sufrir un desarme que desluce su labor. También con la derecha hubo enjundia y templados muletazos que llevó muy largos. Como mató bien fue premiado con las dos orejas, que le supieron a gloria y fueron a sus manos ya pasadas las dieciocho treinta, más de dos horas después del paseíllo en un festejo excesivamente largo.

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@pacocanamero

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