En Bilbao… Triunfo incontestable de Román
Plaza de Bilbao. Novena y última corrida de feria, 27 de agosto. Casi media entrada. Toros de Miura, bien presentados, blandos, sosos, descastados y nobles.
Saúl Jiménez Fortes: Ovación y silencio.
Juan Leal: Petición y vuelta y vuelta tras aviso.
Román: Ovación y oreja.
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No fue un triunfo de clamor, pero sí incontestable. Román, ese sonriente torero valenciano, ha dado un paso de gigante en Bilbao ante los dos primeros toros de Miura de su vida, con los que ha demostrado que tiene madera de torero serio, muy serio, valiente, bien plantado, con las ideas claras y la cabeza amueblada.
Pero no fue el único.
Juan Leal dio una vuelta en cada toro después de derrochar valor y entrega a borbotones. También se estrenaba con el hierro legendario, se le notó que torea poco, pero se jugó la vida de verdad, sin cuento, y el público supo agradecérselo.
Y Fortes, sereno y seguro, más hecho ya como torero, estuvo muy encima de su desclasado lote, especialmente con la mano zurda.
Los que no estuvieron a la altura deseada fueron los toros de Miura.
Seamos claros: hablar mal de Miura no es políticamente correcto.
Este hierro es una leyenda, dirigida con acierto por una respetable familia durante 175 años, que se dice pronto.
Miura es una marca.
Miura es un referente del toro.
Miura tiene un historión…
Pero no estaría mal que embistiera un toro de Miura de vez en cuando; solo de vez en cuando, pero que embistiera alguno como Dios manda.
En el cierre de Bilbao, sin ir más lejos, no hubo un solo toro para el más mínimo recuerdo. Grandes, pesados y largos, sí, pero eso es de familia. Pero los seis, mansones, blandos, muy blandos, sosos, sin recorrido y sin casta. Por no tener, no tuvieron ni peligro.
Bueno, algunos recortaron con descaro en banderillas, y ahí quedó todo.
Es decir, una birria.
De Miura, pero una birria.
Y con ese nombre tan sonoro y con esos toros tan largos e inciertos se enfrentaron tres jóvenes con perentoria necesidad de abrirse paso. Bilbao era una gran oportunidad, y a fe que ninguno de los tres la desperdició.
Román fue el único que paseo una oreja, y lo hizo con todo merecimiento. Sus dos faenas de muletas sobresalieron por su seriedad y buenas maneras, por su perfecta colocación y seguridad. Valeroso en todo momento, y asentadas las zapatillas en la negra arena, Román toreó con verdad, sobre todo con la mano derecha, a su primero, que no cesó de mirarlo de arriba abajo en cada muletazo. El fallo con la espada le privó de un merecido premio.
Y no se arredró ante el sexto, el toro de más peso de la feria, 657 kilos, blando y noble, al que muleteó con temple, serenidad y largura por ambas manos en una demostración de que su reciente triunfo en Las Ventas le ha otorgado una confianza ilimitada.
Leal recibió a su primero con dos muletazos cambiados por la espalda en el centro del ruedo, y al quinto de rodillas en el mismo sitio. De ambos trances salió bien, y no así de un desplante al inicio de la faena al segundo que lo vio desarmado y lo volteó con saña por los aires. No fueron toros los suyos para el lucimiento, pero sí para demostrar, como hizo, que quiere ser torero, para lo que se jugó el tipo sin trampa. Toreó poco y expuso mucho.
Tres tandas con la zurda, suaves y la mano baja, dibujó Fortes al esaboríoprimero, y solo pudo justificarse sobradamente ante el descastado cuarto.
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* Antonio Lorca, prestigioso crítico taurino del influyente diario español El País
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