Opinion

Suárez Guanes en el recuerdo de Carlos Abella

Fue noble en todos los sentidos de la palabra, porque llevó el título de Conde de Pendueles con un ejemplar porte y porque pasó por la vida ejerciendo la más noble e inteligente condición humana: la bondad. Utilizó su categoría para el elogio de tantos, fue generoso gestor de sus adjetivos y fue un inmenso liberal, monárquico de los buenos y demócrata para dar lecciones a quienes van por el mundo presumiendo, sin serlo.

Ha tenido legión de amigos, porque como el buen pastor ha reunido un ingente rebaño que le hemos querido en su sutil candor, en su ejemplar aceptación de los embates que la vida le fue ofreciendo y hemos admirado la brutal superación de todas ellas. Los enormes y gratos recuerdos se hacen presentes; nuestros primeros encuentros en Las Ventas, en el año 1974, cuando coincidíamos viendo a El Calatraveño y Raúl Sánchez, lidiar toros de Jeromo García Romero, que tanta fiereza tenían. Fue inolvidable un viaje a Valladolid en los ochenta para ver torear a Juan Mora en el que se fumó dos paquetes de Chester, sin que pudiéramos abrir las ventanillas de la tormenta que nos acompañó desde San Rafael.

Su prodigiosa memoria era capaz de recordar todos los carteles de Madrid desde 1947 hasta nuestros días, incluyendo las sustituciones tan frecuentes en aquella época, los vestidos y las salidas a hombros. Fue un grandioso -su adjetivo preferido- aficionado y un poético escritor taurino. Fueron sus toreros, Antonio Bienvenida, Antoñete, Julio Aparicio, El Viti, Manolo Vázquez y Curro Romero, y consiguió que la columna social en las páginas de ABC fuera una sección de categoría para acompañar la crítica de Vicente Zabala -que tanto hizo por él, abriéndole las páginas de la Agencia Efey de ABC, y más tarde la de la revista «Aplausos»-. Sus últimas colaboraciones fueron en «El Mundo» de la mano de Zabala de la Serna. Deja un libro fundamental para conocer la historia de nuestra querida plaza de Las Ventas. «Madrid-Cátedra del toreo (1931-1990)» y un libro dedicado a Sevilla, poco conocido.

Era enorme su capacidad para evocar a las preciosas actrices italianas de los años cincuenta, gusto que compartíamos sobre todo por Giovanna Ralli. Amó a algunas mujeres imposibles y tuvo la fortuna y el placer de que los mejores últimos años de su vida los compartiera con Carmen Esteban, que llenó sus días, semanas, meses y años de compañía, ternura, energía, admiración y cariño. Sabía de cine tanto o más que de toros y presumía de saber la sala de la Gran Vía en el que se estrenó «Flecha Rota» -«el día que me presenté a la reválida de cuarto»- y al citar la fecha de su nacimiento recordaba que su padre, tan aficionado como él, siempre decía a sus amigos: «Es muy fácil de recordar porque José Luis nació la tarde en la que Pedro Barrera confirmó la alternativa, el 9 de octubre de 1941».

Hemos sido muy amigos y admiré siempre su entereza al relatar alguna peripecia de su vida y fue admirable la forma con la que cortó con su adicción por el tabaco, que siempre se plasmó en sus inevitables y cinematográficas cajetillas de Old Gold, Lucky e y Chesterfield. Como todos los grandes, fue humilde en su grandeza y quienes le hemos querido tanto no olvidaremos su gran porte de noble señor.

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@TorosenelMundo_

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* Artículo cedido por su autor D. Carlos Abella 

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