Opinion

El arcón de los recuerdos de Jaime Sierra…  Y, apareció la siguiente generación de aficionados a los toros

Amigos, después de unos días de recopilación de fotografías y comentarios de mis queridos hijos e hijas, estoy de nuevo con ustedes compartiéndoles otro episodio más del arcón de mis recuerdos. Para mí es muy emocionante comentarles cómo se fueron “envenenando” mis hijos de la más hermosa de todas las fiestas, la Fiesta de Toros.

Desde muy pequeños tuvieron contacto con el ambiente taurino, ya sea por mi parte o de su abuelo, quien incluso les dio algunas clases prácticas cuando iban a su casa y les platicaba de la técnica, de cómo tomar el capote o como dar el canillazo con la muleta.

Y así un 20 de mayo de 1989 mi hijo mayor, Jaime III, debutó en una novillada de su colegio y aunque más que disfrutar en su bautizo con la bravura sufrió con un novillito manso, aquerenciado que se defendía y sólo daba arreones muy incomodos sobre todo para un novel como él, pero estoy seguro que algo aprendió y sobre todo le quedó la espinita de volver a intentarlo.

Muchos de los compañeros de él, que también participaron en el festejo, son aficionados a los toros y los llego a ver en los tendidos de la Plaza El Nuevo Progreso de Guadalajara.

El arraigo de casi toda la familia Sierra con la fiesta de toros hizo que en los noventa (no recuerdo la fecha exacta) se organizaran en una gran fiesta que le llamaron La Sierrada y el centro de la celebración fue una novillada en donde participaron todos los primos y, claro, mis hijos Jaime III y Juan Pablo, así como mis hijas Liliana, Lizette y Lucero, quienes hicieron a un lado los miedos y enfrentaron a los becerros en el divertido tancredo con la emoción que representa el quedarse verdaderamente quieto.

Recuerdo los viajes a ganaderías a disfrutar del orden y silencio de una tienta, el amor y trato escrupuloso de los ganaderos hacia sus animales, siempre atendiendo a sus invitados con amabilidad y contestando todas las preguntas, además de mostrar las instalaciones y obvio presumir su galería de éxitos.

Para mis hijos esta experiencia fue muy aleccionadora y se dieron cuenta perfectamente, como el campo bravo es un oasis en beneficio de la naturaleza a más de disfrutar esa estampa del toro bravo.

Ciertamente los tiempos cambian y del romanticismo de los sesenta y setenta con plazas llenas, a la época de finales de los ochenta y los noventa, que es la época que les tocó vivir a la generación de mis hijos, la fiesta se volvió más comercial y los aficionados viejos se salieron de las plazas dejando un hueco grande en la formación de los nuevos aficionados.

Sin embargo, mis hijos e hijas siguieron en contacto con la fiesta, mucha culpa tengo yo que no dejé de asistir en esas décadas e inclusive ir en compañía de ellos a la plaza.

Tan es así que mi hijo Juan Pablo -quien terminó la carrera de veterinaria- fue auxiliar del titular en la Plaza Nuevo Progreso y ayudaba a preparar las cabezas de los toros y novillos, con el fin de que se les hiciera el examen post morten.

Una bonita experiencia compartir callejón con mi querido hijo.

Claro que también mis hijas me han acompañado a la plaza, pero ya será tema de otro episodio dedicado al gran tesoro que Dios me ha dado, mis nietos y nietas, por hoy me despido agradeciendo su amable lectura a este episodio de mi arcón de los recuerdos, que ahora ya también es de ustedes.

Y les recuerdo, el coronavirus sigue presente en las vidas de todos nosotros, en Europa parece que van superando, aunque han tenido algunos rebrotes por no seguir estrictamente las medidas sanitarias, mientras que en América el pico de la pandemia parece inalcanzable.

Si no tenemos a que salir quedémonos en casa.

#QuédenseEnCasa

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