Opinion

El arcón de los recuerdos de Jaime Sierra… Para quedarse quieto no se requieren piernas

El arcón de los recuerdos, sí ese mágico arcón de los recuerdos, entre más continúa su caminar por el archivo de mi memoria, más se avivan esos episodios, gratos episodios de una época que pareciera haberse ido, pero que sigue presente gracias a estas remembranzas, como el intenso, vivo recuerdo de mi padre, quien además de haber sido una excelente guía en mi formación, con un cariño que jamás olvidaré, fue entrañable en el ámbito taurino.

Le aprendí a tener valores para afrontar con sabiduría lo bueno y con serenidad lo malo, lo que te regala el estar vivo y arriesgarte a vivirlo.

Ya les había compartido que mi papá de joven había tenido contacto con la bravura del toro y cómo conoció y fue amigo del inolvidable Manuel Capetillo (QEPD).

Nosotros, y lo digo en plural mis hermanos y un servidor, no tuvimos mayor dato de esos andares taurinos de mi padre, hasta aquella comida en el mes de febrero de 1963 cuando le solicité permiso para torear mi primera novillada, y la sonrisa delatora de mi papá, aparte de su anuencia consiguió que abriera el cofre de sus recuerdos.

Se desbordó en platicarnos cómo vivió él esa época y lo que le significaba el toreo. Sacó su ropa de torear, los trastos, fotografías, pero sobre todo nos compartió su gran amor a la fiesta de los toros.

Obvio que al destapar su cofre de recuerdos, también destapó su deseo de volver a ponerse delante de un novillo y así en unión de sus hermanos Guillermo y Antonio, emprendieron de nuevo su práctica taurina en la tan recordada Calesa.

Pero esto no quedó ahí, mi papá fue a más y se apuntó para torear, representando a La Calesa, en la 2ª Convención Nacional Taurina de Aficionados Prácticos, que se llevó a cabo del 12 al 16 de septiembre de 1964 en la antigua Plaza de Toros El Progreso.

¡Qué plaza!

Sin embargo, la rutina de trabajo de mi padre no le permitía ensayar, trabajaba como contralor de lunes a sábado en El Nuevo París, y así ese sábado 12 de septiembre, se voló la tarde y salió de su oficina sólo para cambiarse el traje de calle por el corto de torear.

A él le toco abrir la convención y aunque nervioso partió plaza con seguridad y garbo, por supuesto, entre la admiración y los sonoros aplausos de familiares, amigos y socios de La Calesa.

Esa tarde mi hermano Guillermo y yo le servimos de mozos en el callejón,

¡Cómo disfrutamos ver a mi papá con esa serenidad que le caracterizaba pero también con esa fuerte convicción de salir a por todas!

Inició con verónicas templadas entre los ¡olés!, recortando con media de pintura para llevarse la consecuente que digo fuerte, fortísima ovación. (Pintura que le regaló mi hijo Jaime III el día de su santo en el año 1987).

¡Y se engolosina regalándonos un quite por gaoneras que ahí quedó!.

Su faena la inició con estatuarios, que ligó con trincherazos y el pase de la firma rematando con el de pecho, todo era el júbilo desatado de los que ahí tuvimos esa maravillosa experiencia de vivir.

Tengo la imborrable imagen de él, caminando con seguridad y citando al novillo por pitón derecho para sumar series mágicas con esa mandona, domeñadora mano derecha.

La figura erguida como una columna griega, embarcando, templando y mandando, para quedar colocado de inmediato, al solo girar en sus botas, regalándonos una clase in citu del por qué para quedarse quieto…

… ¡no se requieren piernas!

Sólo el poder de la canilla sobre los vuelos de una muleta educada por la técnica bien depurada y el sentimiento a flor de piel.

También nos diría…

… ¡lo que bien se aprende nunca se olvida!

Como epílogo de su faena nos obsequió pases de aliño para colocar al novillo y yéndose tras la espada, con inobjetable decisión, rubricó con media en muy buen sitio, que hizo sucumbir al novillo, y nos hizo pedir a todos los ahí reunidos una oreja entre el total reconocimiento y admiración.

Al cortar la única oreja de la tarde se alzó como el triunfador del festejo, con el derecho de repetir en la novillada de triunfadores el 16 de ese mismo mes.

En esa novillada no tuvo novillo a modo y lo lidió con solvencia y decoro para llevarse ovación de reconocimiento.

Sirva este breve recuerdo de ese magnífico aficionado práctico y extraordinario padre:

Don Jaime Sierra, que en gloria estés a la vera de Dios.

¡Hasta pronto papá!

Y, hasta el próximo episodio del arcón de mis recuerdos, queridos amigos. Siempre con mi gratitud por leerme y ser justamente mis amigos.

Recuerden, a pesar de lo que diga nuestro despistado presidente no hay que salir, quédense en casa, sólo así podremos ganarle la batalla al coronavirus para que no se propague.

Y si salen usen tapabocas y lentes, porque el virus puede entrar por la boca, por la nariz a través de las fosas nasales y también por los ojos por medio de las conjuntivas.

Es mejor quedarse en casa y no exponerse.

#QuédenseEnCasa

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