Opinion

El análisis de Alberto Bautista… Ruina de Adolfos para variar

Descastada corrida de los “Albaserrada” en un encierro que solo tuvo fachada. A Juan Bautista se le fue el quinto, y Ureña expuso ante un lote complicado de pocas opciones.

Una feria de Otoño más los toros de Adolfo Martín se anuncian casi por inercia, sin rastro de casta. Si en San Isidro, seis mansos de solemnidad fue el triste balance de la penúltima corrida del ciclo isidril, en Otoño la desaparición – lentamente – de la bravura y la casta del campo bravo, se hizo más que patente. Y es que el encierro de “Albaserrada” adoleció de bravura pero le sobró fachada, con algún que otro ejemplar como el cuarto con dos puñales por delante. Tremendo. Pero una vez más, nos preguntamos aquello de: ¿dónde quedó la casta, Adolfo?. Porque en la última de Otoño directamente no existió. Dos horas interminables de un espectáculo aburrido, pero con más de 20.000 espectadores defendiendo nuestra fiesta más internacional, con la mente en Cataluña que vivió este domingo una jornada paleolítica en cuanto a la Democracia y el Estado de Derecho se refiere, y que el mundo del toro no fue ajeno a ello. Otro día más las consignas de enaltecimiento a España y las Enseñas Nacionales ondeando entre el inmenso gentío, fueron la nota de color de una tarde sin fundamento.

Aunque no podemos decir que no hubo toros, sin ir más lejos el quinto de nombre Jardinero, fue destoreado amargamente por un Juan Bautista que ha pasado de ser Rey en Francia – a juzgar por las crónicas de su selecto club de periodistas con gabinete de prensa incluido -, a ser destronado. Allí en la Galia, seguro que ha cortado orejas y rabos en sus corridas con ejemplares cuidadosamente seleccionados para la ocasión. Pero por lo visto en Las Ventas, esas tardes soñadas de cielo azul deben pasar a mejor vida. En cambio Paco Ureña, un torero al que le cuesta sonreír – no lo hizo ni tan siquiera en su primera tarde de la feria cuando paseó una oreja -, tiene la heroicidad y el dar pases hasta un mulo por sistema. Sin apenas material – y eso que el segundo tuvo más que lo que el murciano mostró -, dejó en el regusto de la afición madrileña, la entrega pasional en una forma única de hacer realidad los sueños del toreo.

Cómo auténtico líder en Francia sustituía Juan Bautista a Antonio Ferrera convaleciente de su cornada en Albacete hace unas semanas. De esta manera, el francés regresaba tras sus dos comparecencias de San Isidro, y se fue igual que vino. De vacío. Y lo triste, no es porque no quiso, sino porque no pudo. Y es que no es lo mismo querer que poder, y el francés no pudo con Jardinero un toro masacrado en varas, que el de Arles pensó que lo mejor que podía hacer era perderle pasos. Y eso hizo. Ni corto ni perezoso, por ambos pitones tomó la misma tónica entre el descaro. Hecho que no pasó desapercibido y que el público le reprochó. Tuvo orejas por ambos pitones, pero Bautista se fue de rositas. Fue despedido con pitos. De deslucido y corto viaje fue el bagaje de un tercero que no terminó de entregarse en la muleta. Se revolvía y se quedaba corto en un trasteo inédito del francés. Tampoco lo arregló con la espada, un auténtico quebradero de cabeza durante toda la tarde. El primero de aparatosa arboladura, le dejó Bautista dos tandas en redondo sobre la diestra. Al cambiarle el viaje sobre el otro pitón, desarmó una actuación y ya nunca tomó vuelo. Serpenteó zafándose del incómodo Madroño sin lucimiento alguno. Esperpento de Bautista en otra tarde, que no estuvo a la altura de las circunstancias.

Quién en cambio si hizo disfrutar por momentos a la parroquia venteña, fue Paco Ureña. Convertido y venerado como torero de Madrid, el murciano idolatra a la afición a base de raza y pundonor. Una gesta cada tarde, convertido en icono cuando el corazón manda, y la entrega total se impone entre tanta cordura. Una vez más, Ureña dio una tarde para el aficionado, y es que aún sin lote propicio, dio un ejemplo inmaculado, aunque en ocasiones acabara pecando de tremendista toreando en la corta distancia. Aun así, saludó dos ovaciones a un lote descastado y bronco en líneas generales.

A Pedro Iturralde le tocaron las palmas en el segundo al recetarle un gran tercio a Horquillero. Dos entradas sensacionales y lo mejor de todo: toreando a caballo. Da gusto verle. También a Ureña, que se la jugó con el segundo hasta que se rajó. Actuación de cara a la galería en una combinación de exposición y entrega, pero de escaso contenido artístico. Por el valor saludó una ovación, cómo también ocurrió en el sexto un ejemplar que cobró en varas y al que acabó acusando una mala lidia de los hombres de plata. Ante Tomatillo, Ureña aguantó – una vez más – las de Caín, con un valor innato abandonándose por momentos y recurriendo al toreo de cercanías donde dejó un circular sobre la izquierda de mucha exposición. Con el cuarto que contaba con dos perchas descomunales, se jugó los muslos sin ton ni son, porque el Aviadoro no tuvo un pase, en consonancia con el amasijo de blanduras que arribó a Madrid para un fulgurante mano a mano, que se quedó en agua de borrajas.

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@alb_bautista

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